Qué empleaducho engreído, pensó Jack Torrance.
Ullman no pasaría de
un metro sesenta y cinco, y al moverse lo hacía con la melindrosa rapidez que
parece ser especialidad exclusiva de los hombres bajos y regordetes. La raya
del pelo era milimétrica, y el traje oscuro, sobrio, pero reconfortante. Un
traje que parecía invitar a las confidencias cuando se trataba de un cliente
cumplidor, y que transmitía, en cambio, un mensaje más lacónico al ayudante
contratado: más vale que sea usted eficiente.
Llevaba un clavel rojo
en la solapa, probablemente para que por la calle nadie confundiera a Stuart
Ullman con el empresario de pompas fúnebres.
Mientras lo oía hablar, Jack admitió para sus adentros que, muy probablemente, en esas circunstancias no le habría gustado a nadie que estuviera al otro lado del mostrador.
Ullman le había hecho
una pregunta, sin que él alcanzara a oírla. Mala suerte; Ullman era una de esas
personas capaces de archivar en su computadora mental los errores de este tipo,
para tenerlos en cuenta más adelante.
—¿Decía usted?
—Le preguntaba si su mujer
conoce realmente la tarea que ha de hacer usted aquí. También está su hijo,
claro —echó un vistazo a la solicitud que tenía ante sí—. Daniel. A su esposa,
¿no le asusta un poco la idea?
—Wendy es una mujer extraordinaria.
—Y su hijo, ¿también
es extraordinario? Jack sonrió, con una gran sonrisa de «relaciones públicas».
—Es lógico que
pensemos que sí. Para sus cinco años es un chico bastante seguro de sí mismo.
Ullman no le devolvió
la sonrisa. Guardó la solicitud de Jack en una carpeta, que fue a parar a un
cajón. El mostrador había quedado completamente limpio, a no ser por un
secante, un teléfono, una lámpara y una bandeja de Entradas/Salidas, también
vacía.
Ullman se levantó y
fue hacia el archivador colocado en un rincón.
—De la vuelta al mostrador,
por favor, señor Torrance.Vamos a ver los planos del hotel.
Volvió con cinco hojas grandes, que desplegó sobre la brillante superficie de nogal del mostrador Jack se quedó de pie junto a él, y notó claramente el olor de la colonia de Ullman. Mis hombres usan «English Leather», o no usan nada. El anuncio le vino a la mente sin motivo alguno, y tuvo que morderse la lengua para dominar un ataque de risa. Desde el otro lado de la pared, débilmente, llegaban los ruidos de la cocina del «Overlook Hotel», al parecer, estaba terminando el servicio de comidas.
La última planta —anunció con viveza Ullman—, es el desván. Ahí no hay ahora mas que trastos. El «Overlook» ha cambiado de manos varías veces desde la guerra y parece que cada uno de los directores ha ido echando al desván todo lo que no quería. Quiero que se pongan ahí ratoneras y cebos envenenados esparcidos. Algunas camareras de la tercera planta dicen que han oído ruidos como de algo que corriera. Yo no lo creo, ni por un momento, pero no debe haber ni siquiera una oportunidad entre cien de que una sola rata se aloje en el «Overlook».
Jack, que sospechaba que todos los hoteles del mundo alojaban una o dos ratas, se calló la boca.
—Naturalmente, no
dejará usted que su hijo suba al desván bajo ninguna circunstancia.
—No —contesto Jack, y
volvió a mostrar su sonrisa de «relaciones públicas». Que situación más
humillante. ¿Acaso ese empleaducho engreído, piensa que voy a dejar a mi hijo
jugar en un desván con ratoneras, atestado de trastos y de sabe Dios que otras
cosas?.
Ullman hizo a un lado
el plano del desván y lo puso debajo de los otros.
—El «Overlook» tiene
ciento diez habitaciones —anuncio con voz educada—. Treinta de ellas, todas
suites, están aquí en la tercera planta.
Diez en el ala oeste (incluyendo la suite presidencial), diez en el centro y las otras diez en el ala este. Todas ellas tienen una vista estupenda.
¿No podrías, por lo
menos, dejar de hacerme el artículo?
Lo pensó, pero se
quedó callado. Necesitaba el empleo. Ullman puso la tercera planta debajo de
las demás y los dos examinaron el plano de la segunda.
—Cuarenta habitaciones
—explicó Ullman— treinta dobles y diez individuales. Y en la primera planta,
veinte de cada clase. Además, tres armarios de ropa blanca en cada planta y los
almacenes uno en el extremo este de la segunda planta, y otro en el extremo
oeste de la primera ¿Alguna pregunta?
Jack negó con la
cabeza y Ullman hizo a un lado los planos de la primera y segunda planta.
—Bueno, ahora la planta baja. Aquí en el centro, está el mostrador de recepción. Detrás de él la administración. El vestíbulo mide veinticinco metros a cada lado del mostrador. Aquí en el ala oeste, están el comedor «Overlook» y el salón «Colorado». El salón de banquetes y el de baile ocupan el ala este. ¿Alguna pregunta?.
—Solo referente al
sótano, que para el vigilante de invierno es el lugar más importante —respondió
Jack—. Vamos donde se desarrolla la acción.
—Todo eso se lo
enseñará a usted Watson. El plano de los sótanos está en la pared del cuarto de
calderas —frunció el ceño con aire de importancia, quizá dando a entender que
como director a él no le concernían aspectos del funcionamiento del «Overlook»
tan terrenales como las calderas y la fontanería—. Tal vez no sea mala idea
poner algunas ratoneras ahí abajo también. Espere un
minuto.
(Stephen King: "El resplandor" 1977)
Muy intersante el replandor, sobre todo me sorprendió el estilo, muy directo y fácil para leer. Generalmente odio los libros sin ilustraciones, pero este estilo es tan llevadero que invita a seguir leyendo. También estuve espiando la sinopsis: no sé si me engancharía con la historia ni mucho menos la película, pero es para tener en cuenta.
ResponderEliminarEl Renault está lindo, la gente de UH tiene experiencia en tractores (muy detallados) y autos franceses. Este Renault no podía salir mal.
Bueno, si le molestan los libros sin ilustraciones, puede leer este blog, donde va a encontrar fotos de autitos...
EliminarA mí, la película no me llamó la atención, pero no soy parámetro ya que no soy amante de este rubro cinematográfico. Pero tengala en cuenta.
Como a los Renault de época. Valen la pena cada uno de ellos.