Se levantó con la primera luz gris y dejó al chico durmiendo y caminó hasta la carretera y en cuclillas estudió la región que se extendía al sur. Árida, silenciosa, infame. Debía de ser el mes de octubre pero no estaba seguro. Hacía años que no usaba calendario. Irían hacia el sur. Aquí era imposible sobrevivir un invierno más.
Cuando hubo clareado lo suficiente observó el valle con los prismáticos. Todo palideciendo hasta sumirse en tinieblas. La suave ceniza barriendo el asfalto en remolinos dispersos. Examinó lo que podía ver. Segmentos de carretera entre los árboles muertos allá abajo. Buscando algo que tuviera color. Algún movimiento. Algún indicio de humo estático. Bajó los prismáticos y se quitó la mascarilla de algodón que cubría su cara y se frotó la nariz con el dorso de la muñeca y luego miró otra vez. Se quedó allí sentado con los gemelos en la mano, viendo cómo la cenicienta luz del día cuajaba sobre el terreno. Solo sabía que el niño era su garantía. Y dijo: Si él no es la palabra de Dios, Dios no ha hablado nunca.
Cuando volvió, el chico seguía durmiendo. Retiró la lona de plástico azul que lo cubría y la dobló y la llevó al carrito de supermercado y la metió dentro y regresó con los platos y unos copos de avena en su bolsa de plástico y una botella de plástico de sirope. Extendió en el suelo la pequeña lona que les servía de mesa y colocó las cosas y se sacó la pistola del cinturón y la dejó sobre el mantel y luego se quedó mirando cómo dormía el chico. Se había quitado la mascarilla por la noche y estaba sepultada bajo las mantas. Observó al chico y miró entre los árboles hacia la carretera. Ese lugar no era seguro. Ahora que era de día podían verlos desde la carretera. El chico se movió. Luego abrió los ojos. Hola, papá, dijo.
Aquí estoy.
Ya lo sé.
Una hora después estaban en la carretera. Él empujaba el carrito y entre los dos cargaban las mochilas. En las mochilas había cosas básicas. Por si tenían que abandonar el carrito y echar a correr. Asegurado al asa del carrito había un retrovisor de motocicleta que él utilizaba para mirar la carretera a sus espaldas. Se subió un poco más la mochila y observó el campo devastado. La carretera estaba desierta. En el pequeño valle la serpiente todavía gris de un río. Inmóvil y precisa. A lo largo de la orilla unos carrizos secos. ¿Estás bien?, dijo. El chico asintió con la cabeza. Luego echaron a andar por el asfalto bajo una luz gris plomo, arrastrando los pies por la ceniza, cada cual el mundo entero para el otro.
(Cormac McCarthy:
"La carretera" 2006)
El problema es que estas nuevas generaciones de autos, inspiradas en íconos anteriores, es que tienen aspecto y proporciones de autos pequeños, pero en tamaño grande. Por ejemplo, el Fiat 500, es igual al antecesor, pero mide casi el doble. Las proporciones del diseño son similares, pero se pierde la proporción con la figura humana. Recuerde que el Hombre es la medida de todas las cosas (Fontanarrosa).
ResponderEliminarEl Mini debe ser un auto moderno, seguro, confortable, y quizás, también picante. Pero esa delantera no me seduce. La trasera sí me resulta tentadora, anote!
Del texto no le digo nada porque se me hizo difícil, y me desanimo cuando me cuesta leer.
Estas resucitaciones, poco tienen que ver con los originales. Simplemente se compra un nombre, se hace un diseño con algún punto en común con su ancestro y se invierten millones en publicidad.... Vale más como muestra de lo poco imaginativo que se es a veces, que como autito.
EliminarSI el libro le pareció pesado, le sugiero la película con el neoyorquino más argentino que existe: Viggo Mortensen