Menú

martes, 9 de agosto de 2022

Volkswagen Polo GTI (2010)

Él —porque no cabía duda sobre su sexo, aunque la moda de la época contribuyera a disfrazarlo— estaba acometiendo la cabeza de un moro que pendía de las vigas. La cabeza era del color de una vieja pelota de football, y más o menos de la misma forma, salvo por las mejillas hundidas y una hebra o dos de pelo seco y ordinario, como el pelo de un coco. El padre de Orlando, o quizá su abuelo, la había cercenado de los hombros de un vasto infiel que de golpe surgió bajo la luna en los campos bárbaros de África; y ahora se hamacaba suave y perpetuamente en la brisa que soplaba incesante por las buhardillas de la gigantesca morada del caballero que la tronchó.

Los padres de Orlando habían cabalgado por campos de asfódelos, y campos de piedra, y campos regados por extraños ríos, y habían cercenado de muchos hombros, muchas cabezas de muchos colores, y las habían traído para colgarlas de las vigas.

Orlando haría lo mismo, se lo juraba. Pero como sólo tenía dieciséis años, y era demasiado joven para cabalgar por tierras de Francia o por tierras de África, solía escaparse de su madre y de los pavos reales en el jardín, y subir hasta su buhardilla para hender, y arremeter y cortar el aire con su acero.

A veces cortaba la cuerda y la cabeza rebotaba en el suelo y tenía que colgarla de nuevo, atándola con cierta hidalguía casi fuera de su alcance, de suerte que su enemigo le hacía muecas triunfales a través de labios contraídos, negros. La cabeza oscilaba de un lado a otro, porque la casa en cuya cumbre vivía era tan vasta que el viento mismo parecía atrapado ahí, soplando por acá, soplando por allá, invierno y verano. La verde tapicería de Arrás con sus cazadores se agitaba perpetuamente. Sus abuelos habían sido nobles desde que empezaron a ser. Habían salido de las nieblas boreales con coronas en las cabezas. Las barras de oscuridad en el cuarto y los charcos amarillos que ajedrezaban el piso, ¿no eran acaso obra del sol que atravesaba el vitral de un vasto escudo de armas en la ventana? Orlando estaba ahora en el centro del cuerpo amarillo de un leopardo heráldico. Al poner la mano en el antepecho de la ventana para abrirla, aquélla se volvió inmediatamente roja, azul y amarilla como un ala de mariposa.

Así, los que gustan de los símbolos y tienen habilidad para descifrarlos, podrían observar que aunque las hermosas piernas, el gallardo cuerpo y los hombros bien hechos estaban decorados todos ellos con diversos tintes de luz heráldica, la cara de Orlando, al abrir la ventana, sólo estaba alumbrada por el sol. Imposible encontrar cara más sombría y más cándida. ¡Dichosa la madre que pare, más dichoso aun el biógrafo que registra la vida de tal hombre! Ni ella tendrá que mortificarse, ni él que invocar el socorro de poetas o novelistas. Irá de gesta en gesta, de gloria en gloria, de cargo en cargo, siempre seguido de su escriba, hasta alcanzar aquel asiento que representa la cumbre de su deseo. Orlando, a primera vista, parecía predestinado a una carrera semejante. El rojo de sus mejillas era aterciopelado como un durazno; el vello sobre el labio era apenas un poco más tupido que el vello sobre las mejillas. Los labios eran cortos y ligeramente replegados sobre dientes de una exquisita blancura de almendra. Nada molestaba el vuelo breve y tenso de la sagitaria nariz; el cabello era oscuro, las orejas pequeñas y bien pegadas a la cabeza. 

Pero, ¡ay de mí!, estos catálogos de la hermosura juvenil no pueden acabar sin mencionar la frente y los ojos. ¡Ay de mí!, pocas personas nacen desprovistas de esos tres atributos, pues en cuanto miramos a Orlando parado en la ventana, debemos admitir que tenía ojos como violetas empapadas, tan grandes que el agua parecía haber desbordado de ellos ensanchándolos, y una frente como la curva de una cúpula de mármol apretada entre los dos medallones lisos que eran sus sienes. En cuanto echamos una ojeada a la frente y los ojos, nos extraviamos en metáforas. En cuanto echamos una ojeada a la frente y a los ojos, tenemos que admitir mil cosas desagradables de esas que procura eludir todo biógrafo competente. Lo inquietaban los espectáculos como el de su madre, una dama hermosísima de verde, que salía a dar de comer a los pavos reales con Twitchett, su doncella, a la zaga; lo exaltaban los espectáculos —los pájaros y los árboles; y lo hacían enamorarse de la muerte—, el cielo de la tarde, las cornejas que vuelven; y así subiendo la escalera espiral hasta su cerebro —que era espacioso— todos estos espectáculos y también los ruidos del jardín, el martillo que golpea, la madera hachada, empezó ese tumulto y confusión de las emociones y las pasiones que todo biógrafo competente aborrece.
Pero prosigamos: Orlando lentamente encogió el cuello, se sentó a la mesa, y con el aire semiconsciente de quien está haciendo lo que hace todos los días de su vida a esa misma hora, sacó un cuaderno rotulado «Adalberto: una tragedia en cinco actos» y sumergió en la tinta una vieja y manchada pluma de ganso.

(Virginia Woolf: “Orlando” 1928)

 

5 comentarios:

  1. Nunca había leído nada de Wolf, de todos modos ya le aviso que a partir de esta lectura, no me voy a preocupar por hacerlo.
    No me gustan esos autores que describen al muchacho como una masa de músculos, largos cabellos, lacios pero ligeramente enrulados, con una espalda ancha pero una cintura pequeña y todo eso. La muchacha también es una terrible potra.
    Pero el malo es gordo, feo, bizco y tiene halitosis. Y la chica mala es igual pero usa pañuelo verde y hace caca en la vereda de la catedral.
    Demasiado elemental.
    No se enteraron que no hay gente mala ni buena, sino caminos distintos que a veces se cruzan en tiempo y espacio, y por esas cuestiones de la vida, los dos quieren pasar primero.
    Lindo el Polo. Cambió el teléfono? las fotos se ven distintas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Póngalo en contexto: el libro tiene casi 100 años, algunas partes son biográficas pero de una manera irónica. Y el porqué de la descripción de la belleza del muchacho es parte de la trama, ya que durante el libro, va sufriendo una transformación.
      Vale la pena su lectura. Intenteló.

      Sigue el mismo teléfono con el cual volví, pero puse unas leds de frente en la caja de luz. ¿Salieron mejor o peor?

      Estoy haciendo otra caja, ya que la actual ha sufrido el paso del tiempo y junto al celular de este año, no me dan un resultado deseado. Voy a seguir experimentando.
      Se aceptan consejos.

      El Polo se defiende como todo Bburago

      Eliminar
    2. No es tema de iluminación, sino de enfoque, como que está demasiado cerca y las fotos salen muy redondeadas (el famoso efecto ojo de pescado), parece cuando yo me acercaba a los 1/64. Pruebe alejarse un poco, quizás pieda un poquito de definición, pero si tiene caja de luz ni se va a dar cuenta.

      Eliminar
    3. Ese efecto redondeado, se logra comprando un Bburago...
      La foto no tiene ningún retoque ni filtro. Cosas del coleccionismo

      Eliminar
    4. La foto no está sacada de cerca, lo único que hago es recortarla.

      Eliminar