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miércoles, 8 de mayo de 2024

Colectivos y Micros

Hace tres noches que el colectivo pasa sin abrir la puerta. 

El pueblo está bajo un cielo de lata. Gris y apenas ondulado. La tierra ensucia los dinteles y la falta de lluvia pone nerviosos a los perros. Desde la ventana del hotel, Rubén se asoma desganado y mira a la gente que está cruzando la vía. Son los Ponce, que viven del otro lado. Vienen otra vez con la cuñada a ver si ella puede volver a la ciudad. Antes de que lleguen al final del descampado, Rubén sale a la puerta. Desde lejos se ve su mano moviéndose como un péndulo en el aire, un badajo invertido colgando de nada, que se sacude para decir no.

El doctor Ponce hace otro gesto, con la cabeza, para avisar que lo ha visto.

–No para, hay que volver. Marta se ríe. Victoria mira el hotel y cierra los ojos cuando el tierral se levanta por el viento. No sabe si sacudirse el vestido, si quitarse el sombrero, si girar y volver a la casa. Ponce afloja el nudo del cuello, se apoya sobre el pie izquierdo y mira a su mujer.

–No te rías.

Marta baja la cabeza para esconder la boca que está espléndida, abierta, extendida. Hace cuatro días que los Ponce se acercan a la parada del hotel a la misma hora. Él se pone saco, corbata y los zapatos de salir. Simulando no hacer esfuerzo, carga la valija de su hermana. Las mujeres van unos pasos atrás, hablando y moviendo las manos.

El primer día llegaron al hotel a tiempo para que Victoria tomara el colectivo de las ocho. Diez minutos antes de cumplirse la hora, Ponce vio los faros doblando por el camino que sale de la ruta. La luz anticipó la curva y el abogado bajó a la calle de tierra. El colectivo aceleró levantando polvo y quebrando la música eterna, incansable, agresiva, de las chicharras. Ponce se dio vuelta para ver las luces traseras del colectivo yendo hacia la ciudad. Las mujeres quisieron hablar pero el hombre marcó el silencio con un gesto.

–Esperen acá.

Empujó la puerta del hotel y buscó a Rubén, que estaba por las mesas del fondo.

–¿Quién maneja hoy?

–Castro, el de Aguas Ciegas.

–Ciego es él, que no me vio. Desde que Pérez se fue, andan todos mal.

–¿No lo vio?

–No, pasó de largo.

Ponce giró y salió del hotel. Las mujeres se callaron cuando la sombra de él se alargó hasta tocarles los pies.

–Nenita, vas a esperar hasta mañana, ¿sabés?

Victoria asintió con la cabeza y miró de reojo a Marta, que seguía sonriendo. El abogado cruzó las vías y mientras oía el cuchicheo de su mujer y su hermana pensaba en las luces traseras del colectivo. “Este Castro es un idiota. Si no me hubiera visto no habría acelerado. No quiso parar.”

Por la calle de la izquierda aparece Gómez en su bicicleta y al verlos volver les grita: –¿Qué, se arrepintieron? –y pedalea con fuerza mientras levanta la mano para saludar. Ponce quiere gritarle pero la voz le sale baja, leve, inaudible.

–No, no quiso parar.

Se da cuenta de que Gómez no lo oyó y ya ve su espalda y su nuca una cuadra más allá. Desde ahí no se ve la bicicleta negra y parece que el hombre pedalea en el aire. Ponce saca un cigarrillo del bolsillo y lo enciende. Al llegar a su casa espera a las mujeres para que entren primeras.

“Igual que en el ajedrez, las cosas pueden acomodarse sobre un tablero que las explique. Si uno está atento, puede anticiparse y colocarse de manera tal que no haya modo de evitar el jaque mate.”

Ponce sostiene el alfil entre sus dedos y deja que el cigarrillo se consuma. Oye que del otro lado de la puerta Marta y Victoria están poniendo la mesa. Abre el cajón derecho del escritorio y saca un recorte de diario. Usando su pluma empieza a llenar con letras los cuadrados que forman el crucigrama. Se oyen los pasos de Marta. Ponce abre la puerta y pasa entre las mujeres.

–Me voy al hotel.

Marta hace un gesto a su cuñada y levanta los cubiertos que eran para él, se acerca a la ventana y lo ve, de a intervalos, aparecer bajo los focos de luz de la calle. Se desata el delantal, abre uno de los cajones de la mesada y mete la mano hasta el fondo. Victoria sonríe. De abajo del plástico en el que están guardados los cubiertos, Marta saca su mano gorda cerrada sobre un papel plateado. Lo desenvuelve y aparecen tres cigarrillos. Busca la caja de fósforos y se sienta frente a su cuñada.

–Mañana vamos a ir a la feria, vamos a comprar duraznos y damascos. Es mejor que te quedes un día más.

Ponce busca su mesa con la vista y se acerca a la barra para sacar la caja de madera con el ajedrez. Rubén seca los vasos y atiende un jarro que está en el fuego.

El abogado enciende un cigarrillo mientras mira a la pareja del fondo. Son de afuera, se nota por la ropa. La mujer todavía es joven. Tiene un saco sobre los hombros. Él, de traje y corbata, le habla bajo, casi al oído. Seguramente son amantes, piensa. Busca sortijas en los dedos, pero apenas hay luz. Ella tiene aspecto de estar en falta, nerviosa, algo desarreglada en contraste con él.

Ponce lo imagina lustrando con fuerza los zapatos que brillan bajo la mesa. Rubén mira hacia la izquierda y se cruza con sus ojos. El bigote del abogado se mueve hacia abajo y el hotelero entiende. Mientras prepara dos vasos de whisky, Ponce le mira la espalda, la punta de la camisa que se ha salido del pantalón y cuelga hacia abajo.

El hotelero camina entre las mesas hasta llegar a Ponce. Toma el trapo que tiene apoyado en el antebrazo izquierdo. La mano se mueve rápida, en círculos, limpiando la mesa. El abogado mira las migas, minúsculas cenizas que vuelan al compás del movimiento. Rubén pone un vaso frente a su cliente y otro un poco más allá. Vuelve a la barra y busca, debajo del mostrador, una botella de whisky que tiene dos cruces sobre la etiqueta. Dos cruces idénticas hechas con la punta de un cuchillo. Se acerca a la mesa y la apoya diciendo:

–Su botella, doctor.


(Eugenia Almeida: "El colectivo" 2005)

7 comentarios:

  1. Interesante composición, faltó alguna foto del hotel, aunque quizás de iba del tema.
    El texto es intrigante, casi que me dan ganas de seguir leyendo para ver cómo seguía, qué iba a pasar o dónde estaba el conflicto.
    Vasco, amigo mío, se lo extraña por estas latitudes.
    Vuelva que lo perdonamos.

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    1. Amigo Gaucho!

      En tiempos donde justamente el tiempo es lo que escasea, extraño los blogs.
      Gracias por su indulgencia.
      Volveré y seré publicación!!!!!

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    2. algo está pasando,
      de hecho, yo estoy preparando un post con el epitafio del blog,
      espero que alguno se avenga a leer y opinar.

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    3. Sí, algo está pasando..
      Como dice Vasco, el tiempo escasea y se va acabando. Nos estamos haciendo viejos y la pasión se erosiona aunque no queramos y muchas veces por agentes externos y entre ellos la salud.
      En lo personal, me afecta mucho cuando algún colega ya no está con nosotros. Se me hace agria la inspiración y tardo en superarlo.
      Gaucho, lejos estemos de ver ese epitafio.

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    4. Hay que seguir.
      Como dicen en las películas: "él lo hubiera querido así"

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  2. Bellos ejemplares del transporte colectivo argentino. Es impresionante su buena preservación. Aquí mas o menos cada año visitan y se exponen autobuses antiguos de la línea mexicana ADO en una importante central camionera y me vuelven loco porque alcancé a viajar en algunos como ellos de niño.
    El último en las fotos que compartes, el meche, es uno que le he visto en modelo a escala en demás blogs y mas fotos; y me encanta..

    Saludos!!

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    1. Hola Eddie!

      Acá hay mucha historia de los colectivos y se afirma que es invento argentino. No las unidades, que eran todas importadas, sino el sistema de los colectivos.
      Se dice que en años de escasez de dinero, un grupo de taxistas tuvo la idea. La historia dice que en 1928, los taxis se juntaban en las paradas sin conseguir un solo viaje. Entre largas charlas de colegas, surgió una idea: que los pasajeros compartan el viaje. Para ello, debían tener un rumbo en común, entonces cada taxi colocaba un cartel con el nombre de su destino y permitían que suban varios pasajeros, por un valor 4 veces inferior al original. Los automóviles en aquellos años, eran mucho más grandes que los actuales, y permitían que suban 5 o 6 pasajeros.
      el negocio prosperó y los autos fueron sustituidos por pequeños colectivos, como el que lleva el número 86. (Cada recorrido tiene su número)
      Y así es como la Ciudad de Buenos Aires está atestada de estas líneas de transporte.
      Tengo la suerte de contar con el mercho, y se debe más de una entrada.

      Saludos!!!!

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