martes, 23 de enero de 2024

Volkswagen Amarok (2010)

El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer. Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la provincia del Ribatejo.

Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a su cama.

Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable. Ayudé muchas veces a éste mi abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor, cavé muchas veces la tierra del huerto anejo a la casa y corté leña para la lumbre, muchas veces, dando vueltas y vueltas a la gran rueda de hierro que accionaba la bomba, hice subir agua del pozo comunitario y la transporté al hombro, muchas veces, a escondidas de los guardas de las cosechas, fui con mi abuela, también de madrugada, pertrechados de rastrillo, paño y cuerda, a recoger en los rastrojos la paja suelta que después habría de servir para lecho del ganado. Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: "José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera".

Había otras dos higueras, pero aquélla, ciertamente por ser la mayor, por ser la más antigua, por ser la de siempre, era, para todas las personas de la casa, la higuera. Más o menos por antonomasia, palabra erudita que sólo muchos años después acabaría conociendo y sabiendo lo que significaba. En medio de la paz nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se me aparecía, y después, lentamente, se escondía detrás de una hoja, y, mirando en otra dirección, tal como un río corriendo en silencio por el cielo cóncavo, surgía la claridad traslúcida de la vía láctea, el camino de Santiago, como todavía le llamábamos en la aldea. Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, al mismo que suavemente me acunaba.
Nunca supe si él se callaba cuando descubría que me había dormido, o si seguía hablando para no dejar a medias la respuesta a la pregunta que invariablemente le hacía en las pausas más demoradas que él, calculadamente, le introducía en el relato: "¿Y después?". Tal vez repitiese las historias para sí mismo, quizá para no olvidarlas, quizá para enriquecerlas con peripecias nuevas. En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo Jerónimo era señor de toda la ciencia del mundo. Cuando, con la primera luz de la mañana, el canto de los pájaros me despertaba, él ya no estaba allí, se había ido al campo con sus animales, dejándome dormir. Entonces me levantaba, doblaba la manta, y, descalzo (en la aldea anduve siempre descalzo hasta los catorce años), todavía con pajas enredadas en el pelo, pasaba de la parte cultivada del huerto a la otra, donde se encontraban las pocilgas, al lado de la casa.

Mi abuela, ya en pie desde antes que mi abuelo, me ponía delante un tazón de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre me tranquilizaba: "No hagas caso, en sueños no hay firmeza". Pensaba entonces que mi abuela, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, ése que, tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía en los sueños.
Otra cosa no podría significar que, estando sentada una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: "El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir". No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada. Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver.

Muchos años después, escribiendo por primera vez sobre éste mi abuelo Jerónimo y ésta mi abuela Josefa (me ha faltado decir que ella había sido, según cuantos la conocieron de joven, de una belleza inusual), tuve conciencia de que estaba transformando las personas comunes que habían sido en personajes literarios y que ésa era, probablemente, la manera de no olvidarlos, dibujando y volviendo a dibujar sus rostros con el lápiz siempre cambiante del recuerdo, coloreando e iluminando la monotonía de un cotidiano opaco y sin horizontes, como quien va recreando sobre el inestable mapa de la memoria, la irrealidad sobrenatural del país en que decidió pasar a vivir. La misma actitud de espíritu que, después de haber evocado la fascinante y enigmática figura de un cierto bisabuelo berebere, me llevaría a describir más o menos en estos términos un viejo retrato (hoy ya con casi ochenta años) donde mis padres aparecen.
"Están los dos de pie, bellos y jóvenes, de frente ante el fotógrafo, mostrando en el rostro una expresión de solemne gravedad que es tal vez temor delante de la cámara, en el instante en que el objetivo va a fijar de uno y del otro la imagen que nunca más volverán a tener, porque el día siguiente será implacablemente otro día.

Mi madre apoya el codo derecho en una alta columna y sostiene en la mano izquierda, caída a lo largo del cuerpo, una flor. Mi padre pasa el brazo por la espalda de mi madre y su mano callosa aparece sobre el hombro de ella como un ala. Ambos pisan tímidos una alfombra floreada. La tela que sirve de fondo postizo al retrato muestra unas difusas e incongruentes arquitecturas neoclásicas". Y terminaba: "Tendría que llegar el día en que contaría estas cosas. Nada de esto tiene importancia a no ser para mí. Un abuelo berebere, llegando del norte de África, otro abuelo pastor de cerdos, una abuela maravillosamente bella, unos padres graves y hermosos, una flor en un retrato ¿qué otra genealogía puede importarme? ¿en qué mejor árbol me apoyaría?"

Escribí estas palabras hace casi treinta años sin otra intención que no fuese reconstituir y registrar instantes de la vida de las personas que me engendraron y que estuvieron más cerca de mí, pensando que no necesitaría explicar nada más para que se supiese de dónde vengo y de qué materiales se hizo la persona que comencé siendo y ésta en que poco a poco me he convertido.

 

(José Saramago: “Discurso Premio Nobel” 1998)

martes, 16 de enero de 2024

Museo del Automóvil Club Argentino (2011)

En el Museo del Automóvil Club Argentino, siempre hay piezas que valen la pena. No es un gran museo, ya que solo cuenta con un puñado de modelos, pero algún modelo se destaca por el resto. En el año 2011 estaba la Ferrari 166, modelo que condujo Juan Manuel Fangio en 19 ocasiones en los años 1949 y 1950. Y ahí surge una controversia entre los que más saben: El mismo auto se usaba tanto para la Fuerza Libre como para la Fórmula Dos, difiriendo la configuración del motor. Para la FL el motor usaba un carburador Weber de 40 de doble cuerpo alimentado por un compresor Roots, mientras que para la F2 se montaban 3 carburadores Weber de 32 de doble boca, sin el compresor.

Como se puede ver en las fotos, el motor es de Fórmula Dos, pero el dorsal número 10 que tiene nunca lo utilizó en esa categoría. Y ahí entran los que dicen que el motor es el incorrecto y los que sostienen que el número es el fallado

Lo importante del vehículo es que originalmente se encontraba en el Museo del Transporte de Luján, hasta que una inundación dejó a la Ferrari bajo el agua. Cuando al fin el nivel bajo, dejó al descubierto un auto muy dañado y con faltantes, que las turbulentas aguas del río lindero se encargaron de llevarse para siempre (Entre los objetos perdidos está la chapa de identificación)

Luego de un trabajo de más de siete años de restauración de parte de Horacio Purriños, el motor hecho a nuevo volvió a la vida arrancando no solo chispa y combustible, sino también lágrimas y aplausos por el trabajo cumplido.

El modelo número 16 que se encuentra en el Museo Fangio de Balcarce no es el original, es una excelente réplica.



























jueves, 11 de enero de 2024

BRM P153 (1970)

El Éxtasis en las Ardientes Curvas de Spa: Triunfo de Pedro Rodríguez y el Resplandor del V12 de BRM

En una danza frenética en los legendarios bosques de las Ardennes belgas, el Circuito de Spa-Francorchamps se convirtió en el escenario de una batalla épica que dejó al público atónito y a los corazones de los fanáticos rugiendo. La temporada de Fórmula 1 en 1970 ha demostrado ser un torbellino de emociones, y la prueba en Spa no fue la excepción. Pedro Rodríguez, el temerario piloto mexicano al volante del BRM P153 V12, escribió una nueva página en la historia de las carreras de monoplazas, conquistando el Gran Premio de Bélgica en una actuación magistral.

Desde el instante en que los motores rugieron, la pista se convirtió en un escenario de intensidad y estrategias astutas. La competencia, marcada por la participación de leyendas como Jochen Rindt, Jackie Stewart, y Jacky Ickx, prometía ser un duelo despiadado entre los titanes del asfalto. Los V12 del BRM, de la Ferrari 312B y del Matra MS120 intentaban demostrar su supremacía sobre los V8 Ford-Cosworth en un circuito que ha dejado cicatrices y hazañas inolvidables en la memoria de los pilotos.

En las clasificatorias, Stewart, el escocés intrépido, reclamó su tercera pole en cuatro carreras, pero la contienda estaba lejos de ser decidida. Rindt y Amon completaron la primera fila, mientras que Rodríguez, con el distintivo BRM P153, se aseguró un lugar en la segunda línea. Una polémica en los tiempos oficiales encendió la chispa de la controversia, pero los verdaderos protagonistas estaban listos para desatar el caos en la pista.

La partida se convirtió en un frenesí visual, con Rindt tomando la delantera momentáneamente, solo para perder terreno frente a Amon y Stewart en la Eau Rouge. Rodríguez, hábil y decidido, se abrió paso, superando a Brabham e Ickx en las primeras vueltas. La coreografía de adelantamientos y estrategias comenzaba a tomar forma, anticipando una batalla feroz en las próximas vueltas.

Stewart, el maestro de la pista, se apoderó del liderato, pero la lucha por la supremacía estaba en pleno apogeo. Rodríguez, audaz como siempre, superó a Stewart en La Source, aprovechando la potencia de su V12 en las largas rectas. El circuito, conocido por su peligrosidad, no permitía margen para errores, y cada maniobra era una danza con la muerte.

El drama se intensificó en el cuarto giro, cuando Amon, Stewart, y Rodríguez se encontraron separados por escasos segundos. Rodríguez, con una maestría única, superó a Amon y se colocó al frente de la carrera. Las posiciones fluctuaban, Brabham ascendió al cuarto lugar, mientras que Ickx y Rindt luchaban por mantenerse en la contienda.

La mitad de la carrera trajo consigo un cambio de líder, pero Rodríguez no se amedrentó. Manteniendo la distancia con Amon, Brabham avanzó con agresividad, superando a Stewart y situándose en la tercera posición. El mexicano, con su BRM rugiendo en armonía, dejó claro que su sed de victoria no sería fácilmente saciada.

El destino, sin embargo, jugó sus cartas cuando en la vuelta 15, el motor de Stewart explotó en la ascensión hacia Eau Rouge. El rugir de los motores, el crujir de las suspensiones, y el fragor de la batalla crearon una sinfonía de emociones en el corazón de Spa. Amon se acercaba a Rodríguez, pero la potencia del V12 de BRM demostró ser insuperable, manteniendo al mexicano en la cima.

En el ecuador de la competición, la jerarquía se consolidaba: Rodríguez lideraba, seguido de Amon, Brabham, Stewart, Ickx, Pescarolo y Beltoise. Giunti, en su primera incursión en la F1, mostraba un desempeño impresionante en la cuarta posición para Ferrari. Cada vuelta parecía un acto en un drama épico, con los pilotos luchando contra la pista y entre ellos.

El asalto final vio a Amon intentando alcanzar a Rodríguez, pero la brecha se mantenía. El mexicano, con su V12 retumbando en la frondosidad de Spa, cruzó la línea de meta en un acto de triunfo, llevando a BRM a la cima del podio por primera vez desde 1966. Amon, en una actuación valiente, aseguró el segundo lugar, marcando sus primeros puntos en la temporada.

Beltoise, en la tercera posición, proporcionó a Matra su segundo podio consecutivo, consolidando la posición de la escudería en la élite de la F1. Giunti, en un debut impresionante, ocupó el cuarto lugar para Ferrari, abriendo el marcador de puntos para la casa italiana. Stommelen y Pescarolo, con actuaciones sólidas, completaron el grupo de pilotos premiados.

El rugir de los motores se desvaneció en el crepúsculo de Spa, pero la resonancia de la victoria de Rodríguez perduraría en los anales del automovilismo. El V12 BRM, con su desempeño magistral, se convirtió en un ícono de la ingeniería y la audacia en las pistas. El podio, adornado con los colores de BRM, Matra y Ferrari, pintó un cuadro vibrante de la diversidad y la intensidad de la competición.

La temporada de 1970, con cuatro ganadores diferentes en las primeras cuatro carreras, se perfila como una de las más disputadas de la historia. Brabham, liderando el campeonato, se encuentra en una posición privilegiada, pero con Stewart y Rodríguez acechando de cerca, el desenlace sigue siendo incierto. March, Brabham, McLaren, Lotus, Matra y BRM se enzarzan en una batalla feroz por la supremacía en el campeonato de constructores, prometiendo emociones y giros inesperados en cada curva.

El Gran Premio de Bélgica de 1970 no solo fue una exhibición de destreza y valentía, sino también un testamento del espíritu indomable de los pilotos que desafían los límites en busca de la gloria. La majestuosidad de Spa-Francorchamps se fusionó con la tenacidad de Rodríguez y el rugir del V12 BRM, creando una sinfonía inolvidable en la ópera de la Fórmula 1. Con cada curva, cada adelantamiento y cada victoria, el automovilismo demostró una vez más por qué es una pasión que trasciende el tiempo y el espacio, dejando a los aficionados con el deseo insaciable de más emociones en la próxima carrera.


(Chat GPT, simulando la narración de Eduardo "Sprinter" Gesumaría)

miércoles, 3 de enero de 2024

Valiant IV GT (1966)

«Su Majestad, su Alteza Real, sr. Presidente, excelencias, damas y caballeros:

Acepto el Premio Nobel de la Paz en un momento en el que veintidós millones de negros de los Estados Unidos se encuentran comprometidos en una dura guerra para terminar con la larga noche de la injusticia racial.

Acepto este premio en nombre de un movimiento de derechos civiles, el cual se mueve con determinación y desdén majestuoso al riesgo y peligro, para establecer el reino de la libertad y el imperio de la justicia.

Soy consciente de que solo fue ayer cuando en Birmingham, Alabama, le respondieron a nuestros niños, quienes gritaban por la fraternidad, con mangueras contra incendio, perros de ataque e incluso con la muerte. Soy consciente de que solo ayer en Filadelfia, Mississippi, trataron brutalmente y asesinaron a jóvenes, las cuales buscaban proteger el derecho al voto. Y tan solo ayer, más de cuarenta templos fueron bombardeados y quemados debido a que ofrecían un lugar a quienes no aceptaban la discriminación. Soy consciente que la pobreza, constante y absoluta, aflige a mi gente y los encadena al escalón más bajo de la economía.

Por consiguiente, me pregunto por qué este premio es otorgado a un movimiento, el cual es asediado con una lucha implacable, a un movimiento que no ha ganado la verdadera paz y fraternidad, la cual es la esencia del Premio Nobel.

Después de reflexionar, concluyo que este premio, el cual recibo en nombre del movimiento, es un profundo reconocimiento de que la no violencia es la respuesta a la crucial interrogante política y moral de nuestro tiempo —la necesidad del hombre de vencer a la opresión y a la violencia sin recurrir a ellas. La civilización y la violencia son conceptos contradictorios.

Los negros de los Estados Unidos, después de la gente de la India, han demostrado que la no violencia no es pasividad estéril, sino una poderosa fuerza moral que edifica toda una transformación social. Tarde o temprano todos los pueblos del mundo tendrán que hallar una manera de vivir en paz y con ello transformar esta pendiente elegía cósmica en un creativo salmo de hermandad. Si esto ha de lograrse, el hombre debe evolucionar para resolver los conflictos con un método que rechace la venganza, agresión y represalia. El fundamento de este método es el amor.

El tortuoso camino que nos ha conducido desde Montgomery, Alabama a Oslo es testimonio de esta verdad. Este es un camino por el cual millones de negros están viajando para encontrar un nuevo sentido de dignidad. Este mismo camino se ha abierto para todos los estadounidenses, una nueva era de progreso y esperanza. Ha dado lugar a una nueva Ley de los Derechos Civiles que hará, estoy convencido de ello, más amplios y extendidos los caminos para alcanzar la justicia entre el hombre negro y el hombre blanco, creando alianzas para superar sus problemas comunes.

Acepto este premio con una fe inquebrantable en los Estados Unidos de América y una fe audaz en el futuro de la humanidad. Me niego a aceptar la desesperanza como la respuesta final a las ambigüedades de la historia. Me niego a aceptar la idea de que la «enfermedad» de la naturaleza del hombre le hace moralmente incapaz de alcanzar el «deber ser» que siempre lo confronta.

Me niego a aceptar la idea de que el hombre es solo restos y desechos en el río de la vida, e incapaz de influir en el curso de los acontecimientos que lo rodean. Me niego a aceptar la idea de que la humanidad está trágicamente vinculada a la opaca medianoche del racismo y de la guerra, que hacen imposible alcanzar el amanecer de la paz y la fraternidad.

Me niego a aceptar la cínica idea de que nación tras nación deben caer en una espiral militarista al infierno de la destrucción termonuclear. Creo que la verdad desarmada y el amor incondicional tendrán la última palabra en la realidad.

Esta es la razón por la que el derecho temporalmente derrotado es más fuerte que el mal triunfante. Creo que incluso hoy, en medio de ráfagas y el mortífero sonido de las balas, no hay que perder la esperanza de un mañana más brillante.

Creo que la justicia herida, postrada en las sangrientas calles de nuestras naciones, puede ser levantada de este polvo de vergüenza para reinar entre los hijos de los hombres. Tengo la audacia de creer que los pueblos de todo el mundo pueden tener tres comidas al día para sus cuerpos, educación y cultura para sus mentes, y dignidad, igualdad y libertad para sus espíritus. Creo que lo que los hombres egocéntricos han derribado, los hombres centrados pueden levantarlo. Sigo creyendo que un día la humanidad se arrodillará ante los altares de Dios, y la no violencia y la buena voluntad redentora será la regla de la tierra. «Y el león y el cordero se echarán juntos; y cada hombre se sentará debajo de su vid y su higuera, y no habrá quien tenga miedo.» ¡Todavía creo que venceremos!

Esta fe puede darnos el valor para enfrentar la incertidumbre del futuro. Dará a nuestros pies cansados ​​nueva fuerza a medida que continuamos avanzando hacia la ciudad de la libertad. Cuando nuestros días se conviertan en lúgubres bajo las nubes y nuestras noches se vuelvan más oscuras, sabremos que estamos viviendo en el caos creativo de una auténtica civilización luchando por nacer.

Hoy vengo a Oslo como depositario, inspirado y con renovada dedicación a la humanidad. Acepto este premio en nombre de todos los hombres que aman la paz y la fraternidad. Digo que vengo como depositario ya que en lo más profundo de mi corazón soy consciente de que este premio es mucho más que un honor tan solo para mí.

Cada vez que tomo un vuelo, estoy consciente de la gran cantidad de personas que hacen posible un viaje exitoso: reconocidos pilotos y anónimo personal de tierra.

Por los pilotos dedicados de nuestra lucha que se han sentado en los controles del movimiento de la libertad que está en órbita. Qué honor, una vez más, el Jefe Lutuli de Sudáfrica, cuyo pueblo se sigue enfrentando con la expresión más brutal de la inhumanidad del hombre con el hombre. Por la tripulación de tierra, sin cuyo trabajo y sacrificio los vuelos a la libertad nunca podrían haber dejado la tierra. La mayoría de estas personas nunca serán conocidos y sus nombres no aparecerán en Who’s Who. Sin embargo, cuando los años hayan pasado y la luz resplandeciente de la verdad se centre en esta época en la que vivimos, los hombres y las mujeres sabrán, y los niños serán enseñados, que tienen una tierra más fina, un pueblo mejor y una civilización más noble, porque estos humildes hijos de Dios estuvieron dispuestos a sufrir por una justa causa.

Creo que Alfred Nobel sabe a qué me refiero cuando digo que acepto este premio con el espíritu de vigilante de un precioso legado que él nos tiene en resguardo para sus verdaderos dueños: todos aquellos para quienes la belleza es verdad y la verdad es belleza, y en cuyos ojos la belleza de una auténtica fraternidad es más valiosa que los diamantes o la plata o el oro».

 

(Martin Luther King “Discurso del Nobel” 1964)


Un clásico devorando litros....

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

El Tiempo en mi Ciudad