No pude haber tenido padres más cariñosos. Me adoraban, y siempre se ocuparon de mi bienestar. Además se llevaban muy bien entre ellos y disfrutaban de viajar juntos.
Cuando cumplí cinco
años, fuimos una temporada al norte de Italia. Allí, dando un paseo por el
valle, pasamos una tarde frente a una cabaña muy pobre. En la puerta jugaba un
grupo de chicos harapientos. Para mi madre, ayudar a los más necesitados era
una obligación. Había tenido una infancia difícil, y sabía muy bien lo que era
pasar hambre y necesidades. Así que al día siguiente me pidió que la acompañara
y volvimos a la cabaña.
Siempre me voy a
acordar de esa mañana. Dos gallinas se peleaban por unos granos de maíz y un
burro viejo masticaba pasto bajo el sol. El matrimonio de campesinos, agotado
por el trabajo, repartía trozos de pan entre los chicos.
A mi madre le llamó la atención una niña. Tenía ojos grandes color trigo y modales delicados. A pesar del aspecto de su ropa, había algo especial en su expresión.
La señora explicó que
no era hija suya, como el resto, sino de una pareja de nobles de la región. Los
padres de la nena habían muerto, y un familiar se la había entregado en
adopción para que la criara. Al principio, aquel familiar les enviaba dinero,
pero al poco tiempo partió a la guerra y nunca volvió. Desde entonces, la niña
compartía la miseria con los campesinos.
Unos días después de
aquella visita, mis padres le propusieron a la pareja hacerse cargo de la niña.
Así fue que vino a vivir con nosotros. Su nombre era Elizabeth. Y aunque unos
años después nacieron mis hermanos Ernst y William, mi compañera inseparable de
juegos y aventuras fue siempre la afectuosa, inteligente y alegre Elizabeth.
Después del nacimiento de mis hermanos, mis padres abandonaron la vida viajera. Pasábamos casi todo el año en nuestra mansión de Belrive, junto al lago Leman. Vivíamos lejos de la multitud, felices. A veces pienso que es por eso que me gusta la compañía de pocas personas.
En el colegio me hice
un solo amigo, Henry Clerval, un chico con gran imaginación y talento. Él venía
mucho a casa, porque era hijo único, y además mis padres le habían tomado
cariño.
A Clerval lo apasionaban las novelas, le gustaba escribir cuentos y obras de teatro. Le atraían las virtudes de los héroes y los sueños de las personas. A mí lo que más me interesaba eran los libros de ciencia. Yo quería conocer los secretos del cielo y de la Tierra; entender el mundo en que vivía. A pesar de esas diferencias, con Clerval casi nunca peleábamos. Además, Elizabeth solía estar con nosotros y transmitirnos su buen humor.
A los trece años descubrí las obras de un autor llamado Cornelio Agrippa. Así me enteré de lo que era la alquimia. Me cautivó. Leí con atención todos los libros de Agrippa, y después pasé a otros autores similares. Todos buscaban lo mismo, y no tardé en desear también yo eso que tanto anhelaban ellos: crear el elixir de la vida eterna, nada menos. Liberar a la humanidad de todas las enfermedades, y de la misma muerte.
—No pierdas tu tiempo
con eso, querido Victor —me dijo mi padre, cuando supo de mis lecturas—Son
puras tonterías.
Si se hubiera
molestado en explicarme por qué consideraba esas investigaciones una tontería,
tal vez yo hubiera perdido el interés. Pero me pareció que hablaba sin saber, y
no le hice caso.
Fue un accidente el que me llevó a abandonar las teorías de los alquimistas. Ocurrió una noche, cuando tenía quince años, durante una tormenta terrible. Yo miraba por la ventana los truenos que estallaban en distintos puntos del cielo. Escuchaba el viento enfurecido. Entonces vi que un árbol, de pronto, quedaba envuelto en llamas. Ardió como una brasa gigante durante un buen rato, y después se apagó.
(Mary Shelley: “Frankestein o el moderno Prometeo” 1818)
Impresionante el Prometeo de los tiempos modernos. Tengo el privilegio de tener un libro ilustrado por un dibujante moderno llamado Berni Wightson, digamos que era moderno hace como 30 años. Este muchacho deja de lado la visión tradicional del Monstruo (recordemos que Frankenstein era el creador, el hombre) con los zapatones grandotes los tapones en la mandíbula y el cráneo medio cuadradote.
ResponderEliminarEste es otra cosa no soy este después le paso el link si puedo ahora no estoy en mi computadora.
Es muy interesante el aproach que hace el tipo este, luego le paso algún link por privado es muy interesante el concepto de un Monstruo totalmente distinto, al menos desde el punto de vista gráfico, no obviamente en cuanto al texto de la señorita Shelley.
El Countach está mortal, sólo que no me gustan sus fotos laterales, pruebe alejarse con la cámara, por ejemplo un metro y acercarse con el zoom, porque yo la veo como torcido, como si fuera un efecto ojo de pescado y eso por una foto lateral de un auto tan recto como el Countach es un crimen.
Le mando un gran abrazo.
https://www.google.com/search?q=frankenstein+bernie+wrightson&client=ms-android-xiaomi-rev2&prmd=insv&sxsrf=ALiCzsYAPdXjgV4OcrraFpXviK5aDtp-aQ:1662472950002&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=2ahUKEwjFuIitqoD6AhXkO7kGHQLYBV4Q_AUoAXoECAIQAQ&biw=360&bih=641&dpr=2
Hola Gaucho!
EliminarHe visto los gráficos, y creo que es más aterrador, porque se lo ve más humano. No tiene las tuercas, ni tornillos, pero la mirada es más espeluznante. Muy bien por contar con esa versión.
¿Ud dice que tiene ojo de pescado? Bueno, tampoco le queda tan mal...
La verdad es que las fotos no están tomadas tan de cerca, solo las agrando en la compu, sin ponerles ningún filtro. Tal vez el color negro esconde sus líneas rectas o simplemente, lo hicieron sin ninguna regla...
Para la próxima, voy a probar con su consejo.
Saludos!!!!
Salud Vasco!
ResponderEliminarCon respecto a la humanización o deshumanización del Monstruo, le hago estos comentarios:
+ Frankenstein era el nombre del creador, el doctor
+ El grandote no tenía nombre, en el libro se refieren a él como "Monstruo".
+ El Doctor se pasó medio libro profanando tumbas y serruchando miembros, pero eso fue sólo para "estudiar el milagro de la vida".
+ Finalmente, después de tanto estudio, el Doctor entendió el mecanismo para isuflar vida a la materia.
+ En ningún lado dice que el Monstruo estuviera hecho con pedazos de muertos, tampoco menciona costuras ni mucho menos los tapones.
+ Esa interpretación es legado de una película que se ve que marcó a todos (público, cineastas y directores) para toda la eternidad.
Con respecto a las fotos, haga el siguiente experimento: saque de cerca un autito sobre su base y compruebe la fotografía, si la base es rectilínea o no.
A mi me pasó durante mucho tiempo y muchas fotos, y pude minimizar el efecto alejándome, el problema es que perdía detalle, tuve que buscar punto medio.
Hola Gaucho!
Eliminar+ Exacto. De hecho, el libro comienza diciendo "Me llamo Víctor Frankestein"
+ Correcto. Y como no tiene nombre, el público lo asoció con "Frankestein" y se olvidó del Doc
+ Son solo cadáveres. nadie se iba a enojar por una serruchadita....
+ Dichoso el Doc que lo entendió todo
+ Los libros tienen la virtud de generar imaginación. Sería bueno saber como uno se lo imaginaría solo leyendo el libro, sin ningún pre concepto adquirido.
+ Las películas son para los que no saben imaginar
Estoy haciendo otra caja de luz para fotos más lejanas. Tenga paciencia, y veremos que sale.
Caray, qué buen Countach! Esos cinturones de seguridad...
ResponderEliminarLas veces que he visto este coche en directo (muy muy pocas como es natural) me ha parecido que de perfil también tenía un poquito de caída. Yo no me preocuparía mucho por ello.
El libro empieza tan bien que dan ganas de leerlo ya. Es cierto que en muchos casos la película es bastante diferente al libro, como sucedió en el "Planeta de los Simios", "Drácula" y tantos otros. Rara vez la película es superior, pero puede pasar, como en alguna novela de Stephen King ("La Niebla", por ejemplo).
Saludos!!
El detalle de la palabra "Williams" en cada cinturón es perfecto.
EliminarPuede ser que la lente y el color negro del Countach, provoquen ese efecto. Pero también es cierto que no recordamos haberlo visto en vivo....
Los libros siempre son superiores a las películas, porque te dejan usar tu imaginación. Por ejemplo, cuando salió este libro, había tantos monstruos diferentes como personas que lo leían. En cambio la película hizo uno solo para miles de personas.
Stephen King se merece un autito...
Saludos!!!!
"Christine"!
EliminarEl Countach..
ResponderEliminarNo hay Countach que no me guste. Es el Lamborghini de todos los tiempos..
Si es en negro mejor. Yo le veo muy bien de perfil.
Gran miniatura
Me quedé con ganas de saber mas de la pequeña Elizabeth..
La verdad es que me gustan estos aparatosos autos de Don Ferruccio. Se que no son como para ir al supermercado, pero bueno, tampoco lo veo todos los días. Tal vez si fuese un auto muy visto, no me atraería.
EliminarElizabeth tiene una actuación tan importante como la de Frankestein y su creación. Su intervención le da todo el giro al libro.