- Oh, Dios mío! -
exclamó de pronto mi amigo Arnie Cunningham.
Tenía los ojos
desorbitados tras sus gafas de montura de acero, se había llevado la mano a la
boca, tapándosela parcialmente con la palma, y su cuello podría haber estado
montado sobre rodamientos a bolas por la forma en que lo estiraba hacia atrás por
encima del hombro.
- ¿Qué ocurre? -
pregunté.
- ¡Para el coche,
Dennis! ¡Vuelve!
- ¿Qué estás...?
- Vuelve, quiero verla
otra vez.
De pronto, comprendí.
- Oh, vamos, olvídalo
- dije. Si te refieres a esa cosa que acabamos de pasar...
- ¡Vuelve!
Estaba casi gritando.
Volví, pensando que
quizá se tratara de uno de los tiples chistes de Arme. Pero no lo era. Estaba
completamente ido. Arnie se había enamorado. El objeto de su amor era un mal
chiste, y nunca sabré qué vio Arnie en él aquel día. El lado izquierdo de su
parabrisas era una retorcida telaraña de resquebrajaduras. El techo estaba
hundido en su parte derecha, y la descascarillada abolladura estaba cubierta de
herrumbre.
El parachoques trasero se hallaba torcido, la puerta del maletero
entreabierta y el tapizado de los asientos presentaba alargados desgarrones. Parecía
como si alguien la hubiera emprendido a cuchilladas con la tapicería. Un neumático
aparecía completamente liso. Los otros, tan desgastados que dejaban ver el cañamazo
interior. Lo peor de todo: había un oscuro charco de aceite bajo el motor.
Arnie se había
enamorado de un "Plymouth Fury" de 1958, uno de esos alargados y con
grandes aletas. Había un viejo y descolorido letrero SE VENDE apoyado en el
lado derecho del parabrisas, el lado que no estaba agrietado.
- ¡Mira qué líneas,
Dennis! - susurró Arnie.
Estaba corriendo
alrededor del coche como un poseso. Sus sudorosos cabellos se agitaban al
viento. Accionó el picaporte de la portezuela trasera, que se abrió con un chirrido.
- Arnie, me estás
tomando el pelo, ¿no? Es insolación, ¿verdad? Dime que es insolación. Te
llevaré a casa y te pondré bajo el acondicionador de aire, y nos olvidamos de
todo esto ¿conformes?
Pero lo dije sin
muchas esperanzas. Él sabía gastar bromas, pero no tenía entonces cara de estar
bromeando. Lucía más bien una especie de expresión alucinada que no me gustaba
ni pizca. Ni siquiera se, molestó en responder. Una cálida bocanada de aire
rancio que olía a vejez, a gasolina y a putrefacción avanzada salió por la
abierta portezuela. Arnie tampoco pareció reparar en eso. Entró y se sentó en
el rasgado y descolorido asiento trasero. En otro tiempo, veinte años atrás,
había sido rojo. Ahora presentaba una desvaída tonalidad sonrosada. Alargué la
mano y cogí unas hilachas del tapizado, las miré y las hice volar soplando.
- Parece como si el Ejército Rojo hubiera pasado sobre camino de Berlín - dije.
Finalmente, se dio
cuenta de que yo continuaba allí.
- Sí... sí. Pero sería
posible arreglarlo. Podría... podría quedar de maravilla. Una unidad móvil,
Dennis. Una belleza. Una verdadera...
- Eh! Eh! ¿Qué hacéis
ahí?
Era un viejo que
parecía como si estuviese disfrutando - más o menos- sus setenta primaveras.
Probablemente menos.
El tipo me pareció la clase de hombre que disfrutaba muy
poco. Tenía el pelo, lo poco que le quedaba, largo y áspero. En la parte calva
de su cráneo se apreciaba un buen caso de psoriasis. Llevaba pantalones verdes
y zapatillas de deporte. Iba sin camisa; en su lugar, tenía en torno a la
cintura algo que parecía un corsé de señora. Cuando se acercó más, vi que se
trataba de una faja ortopédica. Por su aspecto, daba la impresión de que se la había
cambiado por última vez aproximadamente en la época en que murió Lyndon Johnson.
- ¿Qué hacéis ahí? -
Su voz era aguda y estridente.
- ¿Es suyo este coche,
señor? - preguntó Arnie.
La pregunta no dejaba
de ser un poco tonta. El "Plymouth" estaba aparcado en el jardín de
la casita de la que había salido el viejo. El jardín era horrible, pero parecía
algo con aquel "Plymouth" en primer plano para dar perspectiva.
- ¿Y qué si lo es? -
preguntó el viejo.
- Yo... - Arnie tuvo que tragar saliva -, quiero
comprarlo.
(Stephen King: "Christine" 1983)
No lo tenía leído pero cuando leí el título, enseguida tejí el resto del libreto, aunque la verdad es que tampoco vi la película.
ResponderEliminarEl Zaz también me resultó ignoto, empezando por el motor que parece estar atrás, pero con una calandra por delante (imagino que es de utilería).
Usted se consigue autitos muy raros, debo decirle.
Hola Gaucho!
EliminarPero supongo que sabe de que va el libro. La película ya tiene sus años y hoy en día sus efectos, son "defectos" especiales. Pero vale la pena.
Muy buen ojo. Efectivamente tenía un pequeño motor trasero de 887 cc, refrigerado por esas "orejas" laterales (Debería pintarlas de negro para darle más realismo)
Este modelo vendría a ser el sucesor del 965, que no era otro que nuestro conocido Fiat 600 (aunque por lo que leí, no tenía nada en común, más allá de la forma bolita)
Y luego vino el 968 con mejoras y cuya mayor diferencia es que justamente le retiraron la falsa parrilla que tiene este.
Es fácil conseguir autos raros: nadie los quiere...
Saludos!!!!!!
Nunca leí el libro pero casi de inmediato me di cuenta que era Christine.
ResponderEliminarA vece poco vi la película de nuevo pero ya con mi chavalo. Tenemos la nueva costumbre de ver las películas que me gustaron de joven y las que les gustan a mis chavalos, una y una, para convivir y estar "conectados" por decir así, con lo viejo y lo nuevo.
Este Zaz 966 me despierta mucha curiosidad. Parece como un Chevrolet Corvair pero compacto, como de bolsillo. Supongo tiene el motor atrás también por lo que veo.
Saludos!!
Hola Eddie!
EliminarMuy buena la idea de compartir las nuevas y las viejas películas. Una buena manera de descubrir y afianzar el vínculo.
Tal cual, este Zaz como el Corvair, llevaba el motor trasero. Pero este era muy pequeño.
Saludos!!!!