-¿Y ahora qué pasa, eh?
Estábamos yo, Alex, y
mis tres drugos, Pete, Georgie y el Lerdo, que realmente era lerdo, sentados en
el bar lácteo Korova, exprimiéndonos los rasudoques y decidiendo qué podríamos
hacer esa noche, en un invierno oscuro, helado y bastardo aunque seco. El bar
lácteo Korova era un mesto donde servían leche-plus, y quizás ustedes, oh
hermanos míos, han olvidado cómo eran esos mestos, pues las cosas cambian tan
scorro en estos días, y todos olvidan tan rápido, aparte de que tampoco se leen
mucho los diarios. Bueno, allí vendían leche con algo más.
No tenían permiso
para vender alcohol, pero en ese tiempo no había ninguna ley que prohibiese las
nuevas vesches que acostumbraban meter en el viejo moloco, de modo que se podía
pitearlo con velocet o synthemesco o drencrom o una o dos vesches más que te
daban unos buenos, tranquilos y joroschós quince minutos admirando a Bogo y el
Coro Celestial de Angeles y Santos en el zapato izquierdo, mientras las luces
te estallaban en el mosco. O podías pitear leche con cuchillos como decíamos,
que te avivaba y preparaba para una piojosa una-menos-veinte, y eso era lo que
estábamos piteando la noche que empieza mi historia.
Teníamos los bolsillos
llenos de dengo, de modo que no había verdadera necesidad de crastar un poco
más, de tolchocar a algún anciano cheloveco en un callejón, y videarlo nadando
en sangre mientras contábamos el botín y lo dividíamos por cuatro, ni de
hacernos los ultraviolentos con alguna ptitsa tembleque, starria y canosa en
una tienda, y salir smecando con las tripas de la caja. Pero como se dice, el
dinero no es todo en la vida.
Los cuatro estábamos
vestidos a la última moda, que en esos tiempos era un par de pantalones de
malla negra muy ajustada, y el viejo molde de la jalea, como le decíamos
entonces, bien apretado a la entrepierna, bajo la nalga, cosa de protegerlo, y
además con una especie de dibujo que se podía videar bastante bien si le daba
cierta luz; el mío era una araña, Pete tenía una ruca (es decir, una mano),
Georgie una flor muy vistosa y el pobre y viejo Lerdo una cosa bastante fiera
con un litso (quiero decir, una cara) de payaso, porque el Lerdo no tenía mucha
idea de las cosas y era sin la más mínima duda el más obtuso de los cuatro.
Además, llevábamos chaquetas cortas y ajustadas a la cintura, sin solapas, con
esos hombros muy abultados (les decíamos plechos) que eran una especie de
parodia de los verdaderos hombros anchos. Además, hermanos míos, usábamos esas
corbatas de un blanco sucio que parecían de puré o cartófilos aplastados, como
si les hubieran hecho una especie de dibujo con el tenedor. Llevábamos el pelo
no demasiado largo, y calzábamos botas joroschós para patear.
-¿Y ahora qué pasa,
eh?
Había tres débochcas
juntas frente al mostrador, pero nosotros éramos cuatro málchicos, y en general
aplicábamos lo de uno para todos y todos para uno. Las pollitas también estaban
vestidas a la última moda, con pelucas púrpuras, verdes y anaranjadas en las
golovás, y calculo que cada una les habría costado por lo menos tres o cuatro
semanas de salario, y un maquillaje haciendo juego (arcoiris alrededor de los
glasos y la rota pintada muy ancha).
Llevaban vestidos largos y negros muy
derechos, y en la parte de los grudos pequeñas insignias plateadas con los
nombres de distintos málchicos. Joe, Mike y otros por el estilo. Seguramente
los nombres de los diferentes málchicos con los que se habían toqueteado antes
de los catorce. Miraban para nuestro lado, y estuve a punto de decir (por
supuesto, torciendo la rota) que saliéramos a polear un poco, dejando solo al
pobre y viejo Lerdo. Sería suficiente cuperarle un demi-Iitre de blanco, aunque
esta vez con algo de synthemesco; pero la verdad es que no habría sido juego
limpio. El Lerdo era muy fiero y tal cual su nombre, pero un peleador de la
gran siete, de veras joroschó y un as de la bota.
-¿Y ahora qué pasa,
eh?
(Anthony Burgess: “La Naranja mecánica” 1962)
Qué momento! los málchicos en su ambiente.
ResponderEliminarConfieso que leí el libro dos o tres veces, pero recién entendí la imagen cuando vi la película, la música (funerales de la Queen Mary de Henry Purcell) le da una potencia que el libro no logra transmitir al lector, sobre todo si éste está buscando hasta tres palabras de cada frase en el diccionario de la últimas páginas.
De la combi DKW sólo le digo que me gusta mucho, eran una figura común en nuestras calles y era común verlas con la toma de aire inferior reventada, lo que sumado a los ojos luminosos de más arriba y el humo de los motores de 2T, la apariencia era dantesca. De chico me daban mucho miedo.
La película ni la recuerdo, pero el tema "1, 2, ultraviolento", no me lo puedo olvidar...
EliminarComo esta combi, que a los málchicos de la época les quedó grabada como dorogo recuerdo.
Saludos!!!!