Cuando Zaratustra
tenía treinta años abandonó su patria y el lago de su patria y marchó a las
montañas.Allí gozó de su espíritu y de su soledad y durante diez años no se
cansó de hacerlo. Pero al fin su corazón se transformó, - y una mañana,
levantándose con la aurora, se colocó delante del sol y le habló así: «¡Tú gran
astro! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!.
Durante diez años has
venido subiendo hasta mi caverna: sin mí, mi águila y mi serpiente te habrías
hartado de tu luz y de este camino. Pero nosotros te aguardábamos cada mañana,
te liberábamos de tu sobreabundancia y te bendecíamos por ello. ¡Mira! Estoy
hastiado de mi sabiduría como la abeja que ha recogido demasiada miel, tengo
necesidad de manos que se extiendan. Me gustaría regalar y repartir hasta que
los sabios entre los hombres hayan vuelto a regocijarse con su locura, y los
pobres, con su riqueza.
Para ello tengo que
bajar a la profundidad: como haces tú al atardecer, cuando traspones el mar
llevando luz incluso al submundo, ¡astro inmensamente rico!
Yo, lo mismo que tú,
tengo que hundirme en mi ocaso, como dicen los hombres a quienes quiero bajar.
¡Bendíceme, pues, ojo tranquilo, capaz de mirar sin envidia incluso una
felicidad demasiado grande!
¡Bendice la copa que
quiere desbordarse para que de ella fluya el agua de oro llevando a todas
partes el resplandor de tus delicias!
¡Mira! Esta copa
quiere vaciarse de nuevo, y Zaratustra quiere volver a hacerse hombre.» - Así
comenzó el ocaso de Zaratustra
Zaratustra bajó solo
de las montañas sin encontrar a nadie. Pero cuando llegó a los bosques surgió de
pronto ante él un anciano que había abandonado su santa choza para buscar
raíces en el bosque. Y el anciano habló así a Zaratustra:
No me es desconocido
este caminante: hace algunos años pasó por aquí. Zaratustra se llamaba; pero se
ha transformado. Entonces llevabas tu ceniza a la montaña : ¿quieres hoy llevar
tu fuego a los valles? ¿No temes los castigos que se imponen al incendiario?
Sí, reconozco a
Zaratustra. Puro es su ojo, y en su boca no se oculta náusea alguna.
¿No viene hacia acá
como un bailarín?
Zaratustra está
transformado, Zaratustra se ha convertido en un niño, Zaratustra es un
despierto: ¿qué quieres hacer ahora entre los que duermen?
En la soledad vivías
como en el mar, y el mar te llevaba. Ay, ¿quieres bajar a tierra? Ay, ¿quieres
volver a arrastrar tú mismo tu cuerpo?
Zaratustra respondió:
«Yo amo a los hombres.»
¿Por qué, dijo el
santo, me marché yo al bosque y a las soledades? ¿No fue acaso porque amaba
demasiado a los hombres? Ahora amo a Dios: a los hombres no los amo. El hombre
es para mí una cosa demasiado imperfecta. El amor al hombre me mataría.
Zaratustra respondió:
«¡Qué dije amor! Lo que yo llevo a los hombres es un regalo.»
No les des nada, dijo
el santo. Es mejor que les quites alguna cosa y que la lleves a cuestas junto
con ellos - eso será lo que más bien les hará: ¡con tal de que te haga bien a ti!
¡Y si quieres darles algo, no les des más que una limosna, y deja que además la
mendiguen!
«No, respondió
Zaratustra, yo no doy limosnas. No soy bastante pobre para eso.»
El santo se rió de
Zaratustra y dijo: ¡Entonces cuida de que acepten tus tesoros! Ellos desconfían
de los eremitas y no creen que vayamos para hacer regalos. Nuestros pasos les
suenan demasiado solitarios por sus callejas. Y cuando por las noches, estando
en sus camas, oyen caminar a un hombre mucho antes de que el sol salga, se preguntan:
¿adónde irá el ladrón?
¡No vayas a los
hombres y quédate en el bosque! ¡Es mejor que vayas incluso a los animales!
¿Por qué no quieres ser tú, como yo, - un oso entre los osos, un pájaro entre
los pájaros?
«¿Y qué hace el santo
en el bosque?», preguntó Zaratustra. El santo respondió: Hago canciones y las
canto; y, al hacerlas, río, lloro y gruño: así alabo a Dios. Cantando,
llorando, riendo y gruñendo alabo al Dios que es mi Dios. Mas ¿qué regalo es el
que tú nos traes?
Cuando Zaratustra hubo
oído estas palabras saludó al santo y dijo: «¡Qué podría yo daros a vosotros!
¡Pero déjame irme aprisa, para que no os quite nada!» -Y así se separaron, el
anciano y el hombre, riendo como ríen dos muchachos.
Mas cuando Zaratustra
estuvo solo, habló así a su corazón: «¡Será posible! ¡Este viejo santo en su
bosque no ha oído todavía nada de que Dios ha muerto!»
(Friedrich Nietzsche: “Así habló Zaratustra”
1883)