martes, 25 de octubre de 2022

Chevrolet 3100 "Stake" (1950)

Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre.

Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí a reponerme un poco. A D.B. tampoco le he contado más, y eso que es mi hermano. Vive en Hollywood. Como no está muy lejos de este antro, suele venir a verme casi todos los fines de semana. El será quien me lleve a casa cuando salga de aquí, quizá el mes próximo. Acaba de comprarse un «Jaguar», uno de esos cacharros ingleses que se ponen en las doscientas millas por hora como si nada. Cerca de cuatro mil dólares le ha costado.
Ahora está bien el tío. Antes no. Cuando vivía en casa era sólo un escritor corriente y normal. Por si no saben quién es, les diré que ha escrito El pececillo secreto, que es un libro de cuentos fenomenal. El mejor de todos es el que se llama igual que el libro. Trata de un niño que tiene un pez y no se lo deja ver a nadie porque se lo ha comprado con su dinero. Es una historia estupenda. Ahora D.B. está en Hollywood prostituyéndose. Si hay algo que odio en el mundo es el cine. Ni me lo nombren.

Empezaré por el día
en que salí de Pencey, que es un colegio que hay en Agerstown, Pennsylvania. Habrán oído hablar de él. En todo caso, seguro que han visto la propaganda. Se anuncia en miles de revistas siempre con un tío de muy buena facha montado en un caballo y saltando una valla.
Como si en Pencey no se hiciera otra cosa que jugar todo el santo día al polo. Por mi parte, en todo el tiempo que estuve allí no vi un caballo ni por casualidad. Debajo de la foto del tío montando siempre dice lo mismo: «Desde 1888 moldeamos muchachos transformándolos en hombres espléndidos y de mente clara.» Tontadas. En Pencey se moldea tan poco como en cualquier otro colegio. Y allí no había un solo tío ni espléndido, ni de mente clara. Bueno, sí. Quizá dos. Eso como mucho. Y probablemente ya eran así de nacimiento.

Pero como les iba
diciendo, era el sábado del partido de fútbol contra Saxon Hall. A ese partido se le tenía en Pencey por una cosa muy seria. Era el último del año y había que suicidarse o -poco menos si no ganaba el equipo del colegio. Me acuerdo que hacia las tres, de aquella tarde estaba yo en lo más alto de Thomsen Hill junto a un cañón absurdo de esos de la Guerra de la Independencia y todo ese follón. No se veían muy bien los graderíos, pero sí se oían los gritos, fuertes y sonoros los del lado de Pencey, porque estaban allí prácticamente todos los alumnos menos yo, y débiles y como apagados los del lado de Saxon Hall, porque el equipo visitante por lo general nunca se traía muchos partidarios.

A los encuentros no solían
ir muchas chicas. Sólo los más mayores podían traer invitadas. Por donde se le mirase era un asco de colegio. A mí los que me gustan son esos sitios donde, al menos de vez en cuando, se ven unas cuantas chavalas aunque sólo estén rascándose un brazo, o sonándose la nariz, o riéndose, o haciendo lo que les dé la gana. Selma Thurner, la hija del director, sí iba con bastante frecuencia, pero, vamos, no era
exactamente el tipo de chica como para volverle a uno loco de deseo. Aunque simpática sí era. Una vez fui sentado a su lado en el autobús desde Agerstown al colegio y nos pusimos a hablar un rato. Me cayó muy bien. Tenía una nariz muy larga, las uñas todas comidas y como sanguinolentas, y llevaba en el pecho unos postizos de esos que parece que van a pincharle a uno, pero en el fondo daba un poco de pena. Lo que más me gustaba de ella es que nunca te venía con el rollo de lo fenomenal que era su padre. Probablemente sabía que era un estúpido.


(J.D.Salinger: "El guardián en el centeno" 1951)

martes, 18 de octubre de 2022

Peugeot 203 Commerciale (1960)

EN las páginas que  
siguen aportaré la demostración de la existencia de una técnica psicológica que permite interpretar los sueños, y merced a la cual se revela cada uno de ellos como un producto psíquico pleno de sentido, al que puede asignarse un lugar perfectamente determinado en la actividad anímica de la vida despierta. Además, intentaré esclarecer los procesos de los que depende la singular e impenetrable apariencia de los sueños y deducir de dichos procesos una conclusión sobre la naturaleza de aquellas fuerzas psíquicas de cuya acción conjunta u opuesta surge el fenómeno onírico. Conseguido esto, daré por terminada mi exposición, pues habré llegado en ella al punto en el que el problema de los sueños desemboca en otros más amplios, cuya solución ha de buscarse por el examen de un distinto material.

Si comienzo por exponer aquí una visión de conjunto de la literatura existente hasta el momento sobre los sueños y el estado científico actual de los problemas oníricos, ello obedece a que en el curso de mi estudio no se me han de presentar muchas ocasiones de volver sobre tales materias. La comprensión científica de los sueños no ha realizado en más de diez siglos sino escasísimos progresos; circunstancia tan generalmente reconocida por todos los que de este tema se han ocupado, que me parece inútil citar aquí al detalle opiniones aisladas. En la literatura onírica hallamos gran cantidad de sugestivas observaciones y un rico e interesantísimo material relativo al objeto de nuestro estudio; pero, en cambio, nada o muy poco que se refiera a la esencia de los sueños o resuelva definitivamente el enigma que los mismos nos plantean. Como es lógico, el conocimiento que de esas cuestiones ha pasado al núcleo general de hombres cultos, pero no dedicados a la investigación científica, resulta aún más incompleto.

Cuál fue la concepción que en los primeros tiempos de la Humanidad se formaron de los sueños los pueblos primitivos, y qué influencia ejerció el fenómeno onírico en su comprensión del mundo y del alma, son cuestiones de tan alto interés, que sólo obligadamente y a disgusto me he decidido a excluir su estudio del conjunto del presente trabajo y a limitarme a remitir al lector a las conocidas obras de sir J. Lubbock, H. Spencer, E. B. Taylor y otros, añadiendo únicamente por mi cuenta que el alcance de estos problemas y especulaciones no podrá ofrecérsenos comprensible hasta después de haber llevado a buen término la labor que aquí nos hemos marcado, o sea, la de «interpretación de los sueños».

Un eco de la primitiva concepción de los sueños se nos muestra indudablemente como base en la idea que de ellos se formaban los pueblos de la antigüedad clásica. Admitían éstos que los sueños se hallaban en relación con el mundo de seres sobrehumanos de su mitología y traían consigo revelaciones divinas o demoníacas, poseyendo, además, una determinada intención muy importante con respecto al sujeto; generalmente, la de anunciarle el porvenir. De todos modos, la extraordinaria variedad de su contenido y de la impresión por ellos producida hacía muy difícil llegar a establecer una concepción unitaria, y obligó a constituir múltiples diferenciaciones y agrupaciones de los sueños, conforme a su valor y autenticidad. Naturalmente, la opinión de los filósofos antiguos sobre el fenómeno onírico hubo de depender de la importancia que cada uno de ellos concedía a la adivinación.

En los dos estudios que Aristóteles consagra a esta materia pasan ya los sueños a constituir objeto de la Psicología. No son de naturaleza divina, sino demoníaca, pues la Naturaleza es demoníaca y no divina; o dicho de otro modo: no corresponden a una revelación sobrenatural, sino que obedecen a leyes de nuestro espíritu humano, aunque desde luego éste se relaciona a la divinidad. Los sueños quedan así definidos como la actividad anímica del durmiente durante el estado de reposo.

Aristóteles muestra conocer algunos de los caracteres de la vida onírica. Así, el de que los sueños amplían los pequeños estímulos percibidos durante el estado de reposo («una insignificante elevación de temperatura en uno de nuestros miembros nos hace creer en el sueño que andamos a través de las llamas y sufrimos un ardiente calor»), y deduce de esta circunstancia la conclusión de que los sueños pueden muy bien revelar al médico los primeros indicios de una reciente alteración física, no advertida durante el día.

Los autores antiguos anteriores a Aristóteles no consideraban el sueño como un producto del alma soñadora, sino como una inspiración de los dioses, y señalaban ya en ellos las dos corrientes contrarias que habremos de hallar siempre en la estimación de la vida onírica. Se distinguían dos especies de sueños: los verdaderos y valiosos, enviados al durmiente a título de advertencia o revelación del porvenir, y los vanos, engañosos y fútiles, cuyo propósito era desorientar al sujeto o causar su perdición.

 

(Sigmund Freud: “La interpretación de los sueños” 1899)

martes, 11 de octubre de 2022

Zaz 966 (1967)

- Oh, Dios mío! - exclamó de pronto mi amigo Arnie Cunningham.
Tenía los ojos desorbitados tras sus gafas de montura de acero, se había llevado la mano a la boca, tapándosela parcialmente con la palma, y su cuello podría haber estado montado sobre rodamientos a bolas por la forma en que lo estiraba hacia atrás por encima del hombro.

- ¿Qué ocurre? - pregunté.

- ¡Para el coche, Dennis! ¡Vuelve!
- ¿Qué estás...?
- Vuelve, quiero verla otra vez.
De pronto, comprendí.
- Oh, vamos, olvídalo - dije. Si te refieres a esa cosa que acabamos de pasar...
- ¡Vuelve!
Estaba casi gritando.
Volví, pensando que quizá se tratara de uno de los tiples chistes de Arme. Pero no lo era. Estaba completamente ido. Arnie se había enamorado. El objeto de su amor era un mal chiste, y nunca sabré qué vio Arnie en él aquel día. El lado izquierdo de su parabrisas era una retorcida telaraña de resquebrajaduras. El techo estaba hundido en su parte derecha, y la descascarillada abolladura estaba cubierta de herrumbre.
El parachoques trasero se hallaba torcido, la puerta del maletero entreabierta y el tapizado de los asientos presentaba alargados desgarrones. Parecía como si alguien la hubiera emprendido a cuchilladas con la tapicería. Un neumático aparecía completamente liso. Los otros, tan desgastados que dejaban ver el cañamazo interior. Lo peor de todo: había un oscuro charco de aceite bajo el motor.

Arnie se había enamorado de un "Plymouth Fury" de 1958, uno de esos alargados y con grandes aletas. Había un viejo y descolorido letrero SE VENDE apoyado en el lado derecho del parabrisas, el lado que no estaba agrietado.
- ¡Mira qué líneas, Dennis! - susurró Arnie.

Estaba corriendo alrededor del coche como un poseso. Sus sudorosos cabellos se agitaban al viento. Accionó el picaporte de la portezuela trasera, que se abrió con un chirrido.
- Arnie, me estás tomando el pelo, ¿no? Es insolación, ¿verdad? Dime que es insolación. Te llevaré a casa y te pondré bajo el acondicionador de aire, y nos olvidamos de todo esto ¿conformes?

Pero lo dije sin muchas esperanzas. Él sabía gastar bromas, pero no tenía entonces cara de estar bromeando. Lucía más bien una especie de expresión alucinada que no me gustaba ni pizca. Ni siquiera se, molestó en responder. Una cálida bocanada de aire rancio que olía a vejez, a gasolina y a putrefacción avanzada salió por la abierta portezuela. Arnie tampoco pareció reparar en eso. Entró y se sentó en el rasgado y descolorido asiento trasero. En otro tiempo, veinte años atrás, había sido rojo. Ahora presentaba una desvaída tonalidad sonrosada. Alargué la mano y cogí unas hilachas del tapizado, las miré y las hice volar soplando.

- Parece como si el Ejército Rojo hubiera pasado sobre camino de Berlín - dije.

Finalmente, se dio cuenta de que yo continuaba allí.
- Sí... sí. Pero sería posible arreglarlo. Podría... podría quedar de maravilla. Una unidad móvil, Dennis. Una belleza. Una verdadera...
- Eh! Eh! ¿Qué hacéis ahí?
Era un viejo que parecía como si estuviese disfrutando - más o menos- sus setenta primaveras. Probablemente menos.
El tipo me pareció la clase de hombre que disfrutaba muy poco. Tenía el pelo, lo poco que le quedaba, largo y áspero. En la parte calva de su cráneo se apreciaba un buen caso de psoriasis. Llevaba pantalones verdes y zapatillas de deporte. Iba sin camisa; en su lugar, tenía en torno a la cintura algo que parecía un corsé de señora. Cuando se acercó más, vi que se trataba de una faja ortopédica. Por su aspecto, daba la impresión de que se la había cambiado por última vez aproximadamente en la época en que murió Lyndon Johnson.

- ¿Qué hacéis ahí? - Su voz era aguda y estridente.
- ¿Es suyo este coche, señor? - preguntó Arnie.

La pregunta no dejaba de ser un poco tonta. El "Plymouth" estaba aparcado en el jardín de la casita de la que había salido el viejo. El jardín era horrible, pero parecía algo con aquel "Plymouth" en primer plano para dar perspectiva.
- ¿Y qué si lo es? - preguntó el viejo.
- Yo... - Arnie tuvo que tragar saliva -, quiero comprarlo.

(Stephen King: "Christine" 1983)



martes, 4 de octubre de 2022

Porsche Panamera Turbo (2010)

¿Está mejorando, o sientes lo mismo?
¿Será más fácil para ti
ahora que tienes a alguien a quien culpar?
Dices: un amor, una vida,
cuando en la noche es una necesidad.
Un amor, podemos compartirlo,
cariño, te deja si no te preocupas de ello.

¿Te decepcioné?
¿o te dejé un mal sabor en tu boca?
Actúas como si nunca hubieras tenido amor,
y quisieras que yo me fuera sin él.
Bueno, esta noche es demasiado tarde
para sacar a la luz el pasado.
Somos uno, pero no somos iguales,
podemos llevarnos el uno al otro,
llevarnos el uno al otro... uno.
 
¿Has venido aquí por el perdón?
¿Has venido a levantar al muerto?
¿Has venido aquí a jugar a ser Jesús
con los que en tu cabeza son unos leprosos?
¿Te pedí demasiado?
Más que un montón.
Tú me diste nada, ahora es todo lo que tengo.
Somos uno, pero no somos iguales,
Bueno, nos hicimos daño, luego lo hacemos de nuevo.
 
Dices que el amor es un templo, el amor, la ley suprema,
el amor es un templo, el amor, la ley suprema.
Me pides que entre, pero entonces me haces arrastrarme.
y no puedo aferrarme a lo que tienes
cuando todo lo que tienes es dolor.
 
Un amor, una sangre, una vida,
tienes que hacer lo que deberías hacer,
una vida el uno con el otro,
hermanas, hermanos.
Una vida, pero no somos iguales,
podemos llevarnos el uno al otro,
llevarnos el uno al otro,
uno, uno.

 


(U2: “Uno” 1991)


Un clásico devorando litros....

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