Tuve un infarto en diciembre de
2015 y gracias a eso me quedé vivir en la Argentina. Fue un infarto que me dio
de sopetón a los cuarenta y cinco años y casi me muero. Yo estaba alquilando
una casita en Montevideo, por AirBNB, y los dueños de esa casa me salvaron la
vida. Me subieron a un auto, llamaron a un patrullero, me llevaron al hospital
e hicieron una cantidad de cosas tremendas para no me muriera. ¡Sin conocerme!
Yo era el inquilino: nos habíamos visto un día antes cuando ellos me dieron la
llave de la casita de huéspedes y nada más.
—Vamos a visitar a esta gente, a
Montevideo.
Fuimos a visitar a esta pareja
de montevideanos, Javier y Alejandra, y también fuimos a contarles algo que no
sabía nadie todavía en mi familia: que íbamos a ser papás.
Llegamos a la casa donde me
infarté. A mí me dio un cosquilleo cuando llegamos, porque podía haberme muerto
ahí, un año antes.
Javier y Alejandra tienen un
caserón enorme en el barrio montevideano del Prado, con una pileta olímpica y
cuatro perros, con obras de arte y muebles caros, y hasta una casa de huéspedes
detrás del jardín. En esa casa de huéspedes me infarté.
Cuando fuimos esa noche a
contarles que íbamos a ser papás, se pusieron muy contentos. Se emocionaron. Me
abrazaban y le tocaban la panza a Julieta. Después la charla empezó a fluir,
como si nos conociéramos de toda la vida.
Entonces Javier nos empezó a
contar sobre ellos. Nosotros no sabíamos nada sobre ellos. Solamente sabíamos
que me habían salvado la vida un año antes, que me habían llevado en su auto al
hospital, que habían movido cielo y tierra para que me atendiera la salud
pública, que eran mis ángeles de la guarda. Pero nada más.
Y cuando Javier empezó a hablar, supimos que eran personas muy especiales.
Alejandra era funcionaria en
Montevideo. Y no me acuerdo de qué trabajaba Javier pero iba y venía por todo
el mundo; digamos que era un alto directivo de una empresa a la que voy a
llamar Multinacional A.
Y como pasa siempre cuando te va
muy bien en los negocios, un día lo contactaron de la competencia (la Multinacional
B) y lo tentaron para que se pasara a sus filas. Le ofrecían el doble de
plata y beneficios enormes. Seguramente Javier nos explicó todo esto con
más claridad, pero a mí me cuesta retener la jerga de los trabajos en donde
pagan bien.
A Javier le llevó tres o cuatro
noches decidirse, pero finalmente un día se levantó de la cama temprano, se
vistió, se hizo un chequeo para incorporarse a la nueva empresa y renunció a su
trabajo de toda la vida. Sus jefes trataron de convencerlo, le dijeron que
estaba loco, todos trataron de hacerlo cambiar de idea, pero Javier estaba
decidido. Firmó su renuncia en la Multinacional A y volvió a casa antes del mediodía.
Eso fue un viernes. El lunes por
la tarde Javier tenía que firmar el contrato con la Multinacional B, donde lo
esperaba una participación en las ganancias, beneficios corporativos y otro
montón de palabras que no entiendo. Pero el lunes muy temprano sonó el
teléfono. Era el médico de la nueva empresa, con malas noticias. Javier tenía
una insuficiencia renal crónica.
(Hernán Casciari: "El mejor infarto y otros cuentos del corazón" 2020)