siguen aportaré la demostración de la existencia de una técnica psicológica que
permite interpretar los sueños, y merced a la cual se revela cada uno de ellos
como un producto psíquico pleno de sentido, al que puede asignarse un lugar perfectamente
determinado en la actividad anímica de la vida despierta. Además, intentaré
esclarecer los procesos de los que depende la singular e impenetrable
apariencia de los sueños y deducir de dichos procesos una conclusión sobre la
naturaleza de aquellas fuerzas psíquicas de cuya acción conjunta u opuesta
surge el fenómeno onírico. Conseguido esto, daré por terminada mi exposición,
pues habré llegado en ella al punto en el que el problema de los sueños
desemboca en otros más amplios, cuya solución ha de buscarse por el examen de
un distinto material.
Si comienzo por
exponer aquí una visión de conjunto de la literatura existente hasta el momento
sobre los sueños y el estado científico actual de los problemas oníricos, ello
obedece a que en el curso de mi estudio no se me han de presentar muchas
ocasiones de volver sobre tales materias. La comprensión científica de los
sueños no ha realizado en más de diez siglos sino escasísimos progresos;
circunstancia tan generalmente reconocida por todos los que de este tema se han
ocupado, que me parece inútil citar aquí al detalle opiniones aisladas. En la
literatura onírica hallamos gran cantidad de sugestivas observaciones y un rico
e interesantísimo material relativo al objeto de nuestro estudio; pero, en
cambio, nada o muy poco que se refiera a la esencia de los sueños o resuelva
definitivamente el enigma que los mismos nos plantean. Como es lógico, el
conocimiento que de esas cuestiones ha pasado al núcleo general de hombres
cultos, pero no dedicados a la investigación científica, resulta aún más
incompleto.
Cuál fue la concepción
que en los primeros tiempos de la Humanidad se formaron de los sueños los
pueblos primitivos, y qué influencia ejerció el fenómeno onírico en su
comprensión del mundo y del alma, son cuestiones de tan alto interés, que sólo
obligadamente y a disgusto me he decidido a excluir su estudio del conjunto del
presente trabajo y a limitarme a remitir al lector a las conocidas obras de sir
J. Lubbock, H. Spencer, E. B. Taylor y otros, añadiendo únicamente por mi
cuenta que el alcance de estos problemas y especulaciones no podrá ofrecérsenos
comprensible hasta después de haber llevado a buen término la labor que aquí
nos hemos marcado, o sea, la de «interpretación de los sueños».
Un eco de la primitiva
concepción de los sueños se nos muestra indudablemente como base en la idea que
de ellos se formaban los pueblos de la antigüedad clásica. Admitían éstos que
los sueños se hallaban en relación con el mundo de seres sobrehumanos de su
mitología y traían consigo revelaciones divinas o demoníacas, poseyendo,
además, una determinada intención muy importante con respecto al sujeto;
generalmente, la de anunciarle el porvenir. De todos modos, la extraordinaria
variedad de su contenido y de la impresión por ellos producida hacía muy
difícil llegar a establecer una concepción unitaria, y obligó a constituir
múltiples diferenciaciones y agrupaciones de los sueños, conforme a su valor y
autenticidad. Naturalmente, la opinión de los filósofos antiguos sobre el fenómeno
onírico hubo de depender de la importancia que cada uno de ellos concedía a la
adivinación.
En los dos estudios
que Aristóteles consagra a esta materia pasan ya los sueños a constituir objeto
de la Psicología. No son de naturaleza divina, sino demoníaca, pues la
Naturaleza es demoníaca y no divina; o dicho de otro modo: no corresponden a
una revelación sobrenatural, sino que obedecen a leyes de nuestro espíritu
humano, aunque desde luego éste se relaciona a la divinidad. Los sueños quedan
así definidos como la actividad anímica del durmiente durante el estado de
reposo.
Aristóteles muestra
conocer algunos de los caracteres de la vida onírica. Así, el de que los sueños
amplían los pequeños estímulos percibidos durante el estado de reposo («una insignificante
elevación de temperatura en uno de nuestros miembros nos hace creer en el sueño
que andamos a través de las llamas y sufrimos un ardiente calor»), y deduce de
esta circunstancia la conclusión de que los sueños pueden muy bien revelar al
médico los primeros indicios de una reciente alteración física, no advertida
durante el día.
Los autores antiguos
anteriores a Aristóteles no consideraban el sueño como un producto del alma soñadora,
sino como una inspiración de los dioses, y señalaban ya en ellos las dos
corrientes contrarias que habremos de hallar siempre en la estimación de la
vida onírica. Se distinguían dos especies de sueños: los verdaderos y valiosos,
enviados al durmiente a título de advertencia o revelación del porvenir, y los
vanos, engañosos y fútiles, cuyo propósito era desorientar al sujeto o causar
su perdición.
(Sigmund Freud: “La interpretación de los
sueños” 1899)
Muy interesante Freud, nunca lo había leído.
ResponderEliminarLo que más me sorprende es que realmente dan ganas de seguir leyendo, el lenguaje y el contenido de este prefacio, anticipan páginas de lectura entretenida, sin formalismos o acartonamiento.
Nunca lo hubiera esperado así.
Elemental Sigmund!
PD: está linda la peugeota, siempre me sorprendió cómo esos tipos iban a la par con los diseños de moda en USA, pero siempre un talle más chicos, siempre adaptando las tendencias (a decir verdad, no sé si la tendencia era de uno u otro lado) con una sutil diferencia en el tamaño.
Todo libro merece su oportunidad. Obviamente no he leído todo el estudio de Don Sigmund, pero tiene párrafos más que inquietantes...
EliminarEl 203 fue el primer vehículo de la marca francesa que vio la luz luego de la segunda guerra. Me imagino que aún no tenían tiempo para diseñar y lo más rápido fue ver que había en otros horizontes...
¿El portón trasero no tiene un parecido muy cercano al R4?