Ania querida, amiga mía, esposa mía, perdóname y no me llames canalla. He cometido un crimen: lo perdí todo; todo lo que me enviaste, todo, hasta el último kreuzer. Ayer lo recibí y ayer mismo lo perdí. Ania, ¿cómo voy a poder mirarte ahora?
¿Qué vas a decir de mí? Una sola cosa me
horroriza: qué vas a decir, qué vas a pensar de mí. Sólo tu opinión me asusta.
¿Podrás respetarme todavía? ¿Vas a respetarme todavía? ¡Qué es el amor cuando
no hay respeto! El juego es lo que siempre ha perturbado nuestro matrimonio.
Ah, amiga mía, no me culpes definitivamente.
Odio el juego, no solamente ahora,
ayer también, anteayer también lo maldije; cuando recibí ayer el dinero y
cambié la letra fui con la idea de desquitar aunque fuera un poco, de aumentar
aunque sólo fuera mínimamente nuestros recursos. Tenía tanta confianza en ganar
algo...
Al principio perdí muy poco, pero cuando comencé a perder, sentía
deseos de desquitar lo perdido y cuando perdí aún más, ya fue forzoso seguir
jugando para recuperar aunque sólo fuera el dinero necesario para mi partida,
pero también eso lo perdí. Ania, no te pido que te apiades de mí, preferiría
que fueras imparcial, pero tengo mucho miedo a tu juicio. Por mí no tengo
miedo. Al contrario, ahora, ahora después de esta lección, de repente me sentí
perfectamente tranquilo respecto de mi futuro. De hoy en adelante voy a
trabajar, voy a trabajar y voy a demostrar de qué soy capaz. Ignoro cómo se
presenten las circunstancias en adelante, pero ahora Katkóv no rehusará. En
adelante todo dependerá de los méritos de mi trabajo. Si es bueno, habrá
dinero. Oh, si sólo se tratara de mí, ni siquiera pensaría en todo esto, me
reiría, no le prestaría ninguna atención y me marcharía. Pero tú no dejarás de
emitir tu juicio sobre lo que he hecho y esto es lo que me preocupa y me
atormenta. Ania, si tan sólo pudiera conservar tu amor... En nuestras
circunstancias ya de por sí difíciles he gastado en este viaje a Hamburgo más
de mil francos, es decir, alrededor de 350 rublos. ¡Es criminal!
No los gasté por falta de seriedad, ni por
avaricia; no los gasté para mí. ¡Mis objetivos eran otros! Pero no tiene
sentido justificarse ahora. Ahora debo reunirme cuanto antes contigo. Mándame
lo más pronto posible, ahora mismo, dinero suficiente para poder salir de aquí,
aunque sea lo último que quede.
No puedo quedarme por más tiempo en este lugar,
no quiero estar aquí. Quiero estar contigo, sólo contigo, quiero abrazarte. Me
vas a abrazar, vas a besarme ¿no es cierto? Si no fuera por este clima
detestable, por este clima húmedo y frío, me habría mudado ayer, por lo menos a
Frankfurt, y entonces no habría sucedido nada, no habría jugado.
Pero el clima
es muy malo y con mis dientes y mi tos no pude moverme de aquí, pues me
aterraba la idea de viajar toda la noche con este abrigo tan ligero. Era
imposible, era correr el riesgo de contraer alguna enfermedad. Pero ahora
tampoco ante eso me detendré. En cuanto recibas esta carta envíame diez
imperiales (como con la letra de cambio Robert Thore, no son necesarios los imperiales
en sí, sino simplemente un Anweisung; como la vez pasada). Diez imperiales, es
decir noventa y tantos florines para pagar mis deudas y poder partir. Hoy es
sábado, recibiré el dinero el domingo y ese mismo día me iré a Frankfurt, ahí
tornaré el Schnellzug y el lunes estaré contigo.
Ángel mío, no pienses que también esto voy a perderlo. No me humilles a tal punto. No pienses de mí tan mal. ¡Yo también soy un ser humano! También en mí hay algo de humano. No se te ocurra de ninguna manera, si no me crees, venir a reunirte conmigo. Tu desconfianza en que voy a llegar me aniquila. Te doy mi palabra de honor de que partiré inmediatamente sin que nada pueda detenerme, ni siquiera la lluvia o el frío. Te abrazo y te beso. Qué pensarás ahora de mí... Ah, si pudiera verte en el momento en que leas esta carta.
Tuyo, F. Dostoievski
P.S. Ángel mío, por mí no te preocupes. Te
repito que si sólo se tratara de mí, me reiría y no haría el menor caso. Tú, tu
juicio es lo que me atormenta. Es lo único que me causa dolor. Y yo... cuánto
daño te he hecho. Adiós.
Ah, si pudiera ir ahora mismo a reunirme
contigo, si pudiéramos estar juntos algo se nos ocurriría.
(Fiódor Dostoievski: “Carta a Anna Grigorievna”,
24 de mayo de 1867).
Y sí, vivir es apostar, y uno siempre apuesta a estar vivo,
ResponderEliminarnadie apuesta a que pierde, aunque no sería una modesta contradicción:
le apuesto un autito a que pierdo la apuesta.
si pierdo, usted me da un autito,
como me dio un autito, he ganado la apuesta,
entonces le debo retornar el autito.
volviendo a la ludopatía, en los términos de Fedor se entiende, aunque no lo justifico ni comparto.
yo sólo apostaría cuando sé que gano,
y por eso no apuesto nunca.
es más, le digo: mi manera de ganar es no apostar! (gano la plata y me ahorro la mala sangre)
había una frase "el que juega por necesidad, pierde por obligación", creo que la dijo Isidoro Cañones, y él sabía de esto.
El autito es lindo, revive el tiempo en que un cabrio no necesitaba más de 1500 cc para ser tomado en serio.
Isidoro Cañones!!!!!!! Se me pianta un lagrimón de recuerdos.
EliminarCon respecto al juego, siempre trae problemas económicos. Mire a los coleccionistas; no apostamos, pero en este juego de tener "autitos", se nos va un dineral....
El Floride es el auto es ideal para Isidoro
Disciento: salvo excepciones, cada aitito es una apuesta, pero recién se entera varios años después.
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