martes, 30 de mayo de 2023

Renault Juvaquatre (1946)

A eso del mediodía me arrojaron del camión de heno. Me había montado en él la noche anterior en la frontera, y apenas tendido bajo la lona me quedé profundamente dormido. Estaba muy necesitado de ese sueño, después de las tres semanas que acababa de pasar en Tijuana, y dormía aun cuando el camión se detuvo a un lado del camino para que se enfriase el motor. Entonces vieron un pie que salía debajo de la lona y me arrojaron al camino. Intenté hacer unas bromas, pero el resultado fue un fracaso y comprendí que era inútil esperar nada. Me dieron un cigarrillo, sin embargo, y eché a andar en busca de algo que comer.

Fue entonces cuando llegué a la fonda Los Robles Gemelos. Era una de tantas entre las numerosas de California y cuya especialidad son los sandwiches. Se componía de un pequeño salón comedor, y arriba estaban las dependencias de la vivienda. A un lado había una estación de servicio y un poco más atrás media docena de cobertizos, a los que llamaban aparcamiento. Llegué allí rápidamente y me puse a mirar el camino.

Cuando salió el dueño, le pregunté si había visto a un hombre que viajaba en un Cadillac. Le dije que ese hombre debía reunirse conmigo allí, donde comeríamos. Me contestó que no. Inmediatamente preparó una de las mesas y me preguntó qué deseaba comer. Le pedí zumo de naranja, huevo frito con jamón, torta de maíz, crepés y café. Poco después, el dueño estaba de vuelta con el zumo de naranja y las tortas de maíz.

—Oiga... Espere un momento. Tengo que decirle algo. Si ese amigo que estoy esperando no viene, tendrá que fiarme todo esto. La verdad es que debía pagar él, pues yo ando un poco escaso de fondos.

—Está bien. Coma tranquilo. Me di cuenta de que me había calado y dejé de hablar del amigo del Cadillac. Poco después sospeché que el dueño quería decirme algo.

—¿Qué hace usted? ¿En qué trabaja?

—En lo que cae, sea lo que sea. ¿Por qué me lo pregunta?

—¿Qué edad tiene?

—Veinticuatro años.

—Joven, ¿eh? Un hombre joven como usted me sería muy útil en estos momentos.

—Buen negocio este que tiene usted aquí.

—El clima es muy bueno. No tenemos niebla como en Los Ángeles. Ni un solo día de niebla. El cielo está siempre limpio. Da gusto.

—De noche debe de ser precioso. Ahora mismo me parece que respiro su aroma.

—Sí, se duerme espléndidamente. ¿Sabe algo de coches? ¿Entiende de arreglo de motores?

—¡Claro!... Soy un mecánico nato.

Siguió hablándome del espléndido clima, de lo fuerte que estaba desde su llegada al lugar, y de cuanto le extrañaba que los empleados no le durasen. A mí no me extrañaba, pero seguí comiendo.

—¿Qué? ¿Cree que le gustaría quedarse aquí? Yo ya había terminado de comer y estaba encendiendo el cigarro que me había dado.

—Le diré —respondí—: la verdad es que tengo dos o tres proposiciones. Pero le prometo pensarlo. Le aseguro que lo pensaré.

Entonces la vi. Hasta ese momento había estado en la cocina, pero entró en el comedor para recoger la mesa. Salvo su cuerpo, en verdad, no era ninguna belleza arrebatadora, pero tenía una mirada hosca y los labios salidos de un modo que me dieron ganas de aplastárselos con los míos.

—Le presento a mi esposa.

Ella no me miró. Hice una ligera inclinación de cabeza y una especie de saludo con la mano en que tenía el cigarro. Nada más. Se fue con la vajilla. En lo que al dueño y a mí se refería, era como si ni siquiera hubiese estado allí.

Me fui casi en seguida, pero cinco minutos después estaba de vuelta, para dejar un mensaje al amigo del Cadillac. El dueño tardó media hora en convencerme de que debía aceptar el empleo, y al fin me encontré en la estación de servicio, poniendo en condiciones unos neumáticos.

—Dígame, ¿cómo se llama?

—Frank Chambers.

—Yo, Nick Papadakis.

Nos estrechamos la mano y se fue. Un minuto después le oí cantar. Tenía una voz espléndida. Desde la estación de servicio podía ver perfectamente el interior de la cocina.

A eso de las tres llegó un hombre que estaba furiosísimo porque alguien le había pegado un papel engomado en uno de los parabrisas del coche. Tuve que ir a la cocina a sacarlo con vapor de agua.

—Está haciendo torta de maíz, ¿eh? Ustedes saben hacerla muy bien.

—¿Ustedes? ¿Qué quiere decir? —preguntó ella.

—Pues... usted y el señor Papadakis. Usted y Nick. La que me sirvieron en la comida estaba riquísima.

—¡Oh!...

—¿Tiene un trapo para coger esto?

—No es eso lo que usted quiso decir.

—Sí, ¿por qué no?

—Usted cree que yo soy mexicana.

—Ni se me había ocurrido.

—Sí, sí. Y no es usted el primero. Pero, escúcheme. Soy tan blanca como usted, ¿sabe? Es cierto que tengo el cabello negro y que puedo parecerlo, pero soy tan blanca como usted. Si quiere andar a buenas por aquí, no olvide eso.

—Pero usted no parece mexicana.

—Le digo que soy tan blanca como usted.

—No, usted no tiene nada de mexicana. Todas las mexicanas tienen caderas anchas y piernas mal formadas, y senos hasta el mentón, piel amarillenta y los cabellos que parecen untados con grasa de cerdo. Usted no tiene nada de eso. Es menuda, tiene una bonita piel blanca y sus cabellos son suaves y rizados, aunque sean negros. Lo único que tiene usted de mexicana son los dientes. Todas tienen dientes blanquísimos, hay que reconocérselo.

—Mi apellido de soltera es Smith. No es un nombre que suene a mexicana, ¿verdad.?

—No mucho.

—Además, ni siquiera soy de aquí. Vine de Iowa.

 —Smith, ¿eh? ¿Y su nombre de pila?

—Cora. Puede llamarme así, si quiere.


(James M. Cain: "El cartero siempre llama dos veces" 1934)

martes, 23 de mayo de 2023

Chevrolet Corvette (1956)

-¿Vio las temáticas propuestas esta semana? – Disparó de la nada Gasset.

Por la hora de la pregunta y por lo punzante de la misma, se adivinaba la frustración en sus palabras. Ortega compartía su idea, pero una vez más guardaba las esperanzas.

-Si, las he visto – Contestó brevemente.

-¿Qué ganas de postear se puede tener, cuando los temas no invitan a descubrir un poco del hobbie? Siempre lo mismo: ¡fotos de paragolpes, de antenas, de ruedas!!

-Bueno, es que los detalles hacen la diferencia…

-¡No me joda, Ortega! ¡En cualquier momento publican chorizos en lugar de autitos!!

Ortega agradeció que la conversación sea por mensaje, porque de estar frente a frente, Gasset le hubiese puesto un sopapo por reírse de su ocurrencia. Trató de poner paños fríos.

-Sucede en todos lados. No solo en estos grupos del diecast. Lo veo en grupos de filatelia, numismática, ferromodelismo, bricolaje, espejitos. Es parte del ser humano, no pida más de lo que pueden dar. Pretender que un grupo sea interesante y que sus integrantes sean participativos, es una quimera.

Gasset sintió el peso de las palabras. Siempre soñó con temas que requieran una mínima investigación, como por ejemplo saber que motor traía un automóvil o quien lo diseñó. Él quería seguir aprendiendo, quería sentirse sorprendido por sus pares. Después de todo, eso es parte del coleccionismo.

-Si, es una batalla perdida. Se puede poner lo mejor de uno mismo las 24 horas del día, y si tiene suerte, lograr algún resultado. Pero a la larga, se pierde siempre. ¿Vale la pena poner el hombro para darle movimiento a un grupo, donde los integrantes no se interesan por el coleccionismo?

Sus palabras sonaban a rendición.

-Si su objetivo es postear para el grupo, no vale la pena. Pero si lo hace para compartir su colección y su saber, vale la pena con que uno solo mire la pieza. – Contestó Ortega, sabiendo que era difícil torcer el pensamiento de Gasset, un coleccionista de la vieja escuela, acostumbrado a investigar, buscar, a saber esperar y por sobre todas las cosas, una persona que disfrutaba compartir su pasatiempo.

Ortega siguió con sus palabras y ensayó una teoría alternativa

-Tal vez sucede, que solo un mínimo porcentaje de personas participa en los grupos de Facebook, y esos participantes no son los coleccionistas que deseamos. La antigua guardia se aferra a los blogs o directamente pasó a Instagram, donde simplemente se publica una foto y nadie opina.

Gasset recogió el guante y respondió.

-Tengo varias teorías al respecto. Anote:

* La temática ya saturó el mercado

* Las temáticas propuestas son una p&”#%&/” (Perdón por la censura)

* El Facebook permite el “Me Gusta” instantáneo, pero la verdad es que eso ya no motiva

* Lo motivador es lo escrito, pero nadie escribe

* Con la idea de ser políticamente correctos, los pocos comentarios no generan debate

* Los coleccionistas son unos p”%&/#%$&¡!!!!!!! (Más censura)

Ortega masticó las teorías de Gasset. Tenía dudas solo con los 5 primeros puntos, pero se sentía muy identificado con el sexto. Instintivamente, trató de desviar el punto de vista

-Muchas veces lo que falla es la conducción de los grupos. El ser humano conscientemente odia que le digan lo que tiene que hacer, pero inconscientemente necesita ser guiado.

-Es cierto, la conducción es fundamental para fomentar la participación, pero hay que tener tiempo y ganas y en muchos grupos, ni se conoce a los administradores. Ellos solo se dedican a felicitar a sus amigos, y se termina haciendo un circulo pequeño, dentro de un grupo grande sin sentido. – Contestó Gasset

Ortega siguió con su discurso, tratando de fortalecer sus palabras

-Y sabemos que el coleccionista debe tener el siguiente ABC:

1 – Paciencia: Lo bueno toma tiempo, y eso demandan las piezas más valiosas

2 – Conocimiento: Aprender sobre tu objeto de colección.

3 – Enfoque: Concentrar la colección en un tema específico.

4 – Curiosidad: Te ayuda a descubrir nuevas piezas y te inspira aprender sobre la historia de lo que coleccionas.

5 – Organización: Mantener las piezas organizadas y en buen estado es parte del coleccionismo.

6 – Compartir: Es una manera de darle sentido a la colección.

7 – Pasión: La experiencia de coleccionar es más gratificante con pasión.

Por un momento, hubo silencio. Una sensación de paz los inundo. Pero solo era una pausa. El nuevo dardo de Gasset no fue una pregunta, está vez era una afirmación un tanto rigurosa

-Estoy de acuerdo. No puedo agregar ni quitar nada. Pero ahora le repito mi teoría: Hay demasiados coleccionistas con Coeficiente Intelectual Negativo.

Ortega tal vez pensaba lo mismo, pero quería mantener la luz al final del camino. Después de todo, también era de la vieja escuela: años antes de utilizar internet de fibra óptica, había utilizado el dial up de 54k para tratar de encontrar otros coleccionistas y mucho antes de eso, leía las revistas Autorama que aún conservaba, para saber que coleccionaba.

-Tranquilo Gasset! A veces no es que tienen el CI Negativo. Todos tienen sus problemas, trabajan todo el día y los autitos son la válvula de escape. No tienen intención de buscar información. Solo quieren que el pasatiempo sea eso: pasar un tiempo sin tener que pensar. Se compran un autito solo para evadir lo cotidiano, no porque los apasione.

Llegar a una conclusión era algo habitual en ellos. Pero cuando la misma era desesperanzadora, era inevitable que la decepción los invadiera. Ellos disfrutaban del entretenimiento que provocaban los autitos.

Ortega fue el primero en levantar la bandera blanca de rendición.

-Sabemos que dos autos hacen una colección, pero que una persona tenga una colección no lo hace coleccionista. Simplemente es una persona que tiene autitos. El error lo cometemos nosotros, que los confundimos con coleccionistas.

-Excelentes palabras, gracias. – Con esta frase, Gasset dio muestras que también se rindió.

-Cambiemos de tema, Gasset. ¿Le conté del lindo Corvette de Matchbox? – Interrogó Ortega.


Un clásico devorando litros....

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