domingo, 19 de mayo de 2024

Museo Osvaldo "Pato" Morresi (2011)

10 años luego de su debut, 1994 se presentaba como una nueva oportunidad para lograr el tan ansiado título. Y el inició fue muy auspicioso, ya que la serie inaugural lo vio vencedor a bordo de su amada Chevy. Sin embargo, la final en el semipermanente “Triángulo del Tuyú” le reservaba un abandono por problemas en el motor preparado por el legendario Pedersoli.















La segunda competencia en el circuito juan Manuel Fangio de la cuidad de Balcarce,  mostraba el potencial del sampedrino, que alternó la punta junto al Falcon de Walter Hernández, quien finalmente se llevó la victoria por delante del ídolo de Chevrolet.















Para la siguiente competencia en el semipermanente de La Plata, Morresi hizo una reestructuración parcial en el equipo contratando para que trabajase en chasis del Chevrolet a Jorge Pernigotte y Jorge Guiral. En la semana previa a la carrera, el "Pato" junto a Pernigotte realizó unas pruebas en Lobos porque habían hecho algunas modificaciones en el tren trasero del Chevrolet para la carrera de La Plata.















El 27 de marzo de 1994, el "Pato" se dispuso a devolverle la alegría a su hinchada que tanto lo alentaba, y el primer paso fue ganar la Primera Serie, siendo esta la más rápida, lo que le aseguraba largar en primera fila la competencia Final.















Se largó la Final con Morresi y Hernández en la primera fila, con Ramos y Acuña en la segunda. Una vez cumplida la primera vuelta, el "Pato" comenzó a tomar distancia sobre su perseguidor directo, el Campeón Walter Hernández. En la cuarta vuelta, hubo un llamado de atención en cuanto a seguridad, al romperse un tensor de su auto, Ramos protagonizó un espectacular vuelco, con algunos golpes para sus ocupantes que lograron salir sin mayores inconvenientes.















La carrera siguió normalmente con Morresi escapado del resto, pero el destino quiso que en la vuelta nueve a punto de cumplir la diez, se rompiera el motor de Carlos Boni y dejase aceite en la zona de frenaje para entrar a la quinta chicana sobre el camino Costa Sud.















El Chevrolet N°5 del "Pato" puntero venía unos 300 metros detrás del rezagado, al empezar a frenar pisó la mancha de aceite y su auto se descontroló totalmente, poniéndose de costado y teniendo la mala suerte de impactar el lado izquierdo, el del piloto, contra un talud de tierra y quedando en sentido contrario al de la carrera.















En un primer momento no se pensó nada grave, pero luego las primeras personas que se acercaron al auto accidentado empezaron a hacer señales desesperantes llamando a los servicios de emergencia. La carrera se detuvo de inmediato y tanto el piloto como su acompañante Marceca fueron trasladados de urgencia al Hospital "Melchor Romero" de la ciudad de La Plata.













A las cuatro menos cinco de la tarde de aquel 27 de marzo de 1994, se anuncia su fallecimiento a causa del politraumatismo que afectó a todo su cuerpo, por la impresionante desaceleración del impacto contra el talud de tierra. Dos días después Jorge Marceca también dejaba de existir. La ironía del reglamento, dictaba que la carrera era ganada por Morresi, seguido por Walter Hernández.
















En la ciudad natal del ídolo del TC, se encuentra este pequeño Museo destinado a la memoria del héroe local. Es pequeño, pero merece la visita de todos aquellos que gustan del automovilismo en general.

miércoles, 8 de mayo de 2024

Colectivos y Micros

Hace tres noches que el colectivo pasa sin abrir la puerta. 

El pueblo está bajo un cielo de lata. Gris y apenas ondulado. La tierra ensucia los dinteles y la falta de lluvia pone nerviosos a los perros. Desde la ventana del hotel, Rubén se asoma desganado y mira a la gente que está cruzando la vía. Son los Ponce, que viven del otro lado. Vienen otra vez con la cuñada a ver si ella puede volver a la ciudad. Antes de que lleguen al final del descampado, Rubén sale a la puerta. Desde lejos se ve su mano moviéndose como un péndulo en el aire, un badajo invertido colgando de nada, que se sacude para decir no.

El doctor Ponce hace otro gesto, con la cabeza, para avisar que lo ha visto.

–No para, hay que volver. Marta se ríe. Victoria mira el hotel y cierra los ojos cuando el tierral se levanta por el viento. No sabe si sacudirse el vestido, si quitarse el sombrero, si girar y volver a la casa. Ponce afloja el nudo del cuello, se apoya sobre el pie izquierdo y mira a su mujer.

–No te rías.

Marta baja la cabeza para esconder la boca que está espléndida, abierta, extendida. Hace cuatro días que los Ponce se acercan a la parada del hotel a la misma hora. Él se pone saco, corbata y los zapatos de salir. Simulando no hacer esfuerzo, carga la valija de su hermana. Las mujeres van unos pasos atrás, hablando y moviendo las manos.

El primer día llegaron al hotel a tiempo para que Victoria tomara el colectivo de las ocho. Diez minutos antes de cumplirse la hora, Ponce vio los faros doblando por el camino que sale de la ruta. La luz anticipó la curva y el abogado bajó a la calle de tierra. El colectivo aceleró levantando polvo y quebrando la música eterna, incansable, agresiva, de las chicharras. Ponce se dio vuelta para ver las luces traseras del colectivo yendo hacia la ciudad. Las mujeres quisieron hablar pero el hombre marcó el silencio con un gesto.

–Esperen acá.

Empujó la puerta del hotel y buscó a Rubén, que estaba por las mesas del fondo.

–¿Quién maneja hoy?

–Castro, el de Aguas Ciegas.

–Ciego es él, que no me vio. Desde que Pérez se fue, andan todos mal.

–¿No lo vio?

–No, pasó de largo.

Ponce giró y salió del hotel. Las mujeres se callaron cuando la sombra de él se alargó hasta tocarles los pies.

–Nenita, vas a esperar hasta mañana, ¿sabés?

Victoria asintió con la cabeza y miró de reojo a Marta, que seguía sonriendo. El abogado cruzó las vías y mientras oía el cuchicheo de su mujer y su hermana pensaba en las luces traseras del colectivo. “Este Castro es un idiota. Si no me hubiera visto no habría acelerado. No quiso parar.”

Por la calle de la izquierda aparece Gómez en su bicicleta y al verlos volver les grita: –¿Qué, se arrepintieron? –y pedalea con fuerza mientras levanta la mano para saludar. Ponce quiere gritarle pero la voz le sale baja, leve, inaudible.

–No, no quiso parar.

Se da cuenta de que Gómez no lo oyó y ya ve su espalda y su nuca una cuadra más allá. Desde ahí no se ve la bicicleta negra y parece que el hombre pedalea en el aire. Ponce saca un cigarrillo del bolsillo y lo enciende. Al llegar a su casa espera a las mujeres para que entren primeras.

“Igual que en el ajedrez, las cosas pueden acomodarse sobre un tablero que las explique. Si uno está atento, puede anticiparse y colocarse de manera tal que no haya modo de evitar el jaque mate.”

Ponce sostiene el alfil entre sus dedos y deja que el cigarrillo se consuma. Oye que del otro lado de la puerta Marta y Victoria están poniendo la mesa. Abre el cajón derecho del escritorio y saca un recorte de diario. Usando su pluma empieza a llenar con letras los cuadrados que forman el crucigrama. Se oyen los pasos de Marta. Ponce abre la puerta y pasa entre las mujeres.

–Me voy al hotel.

Marta hace un gesto a su cuñada y levanta los cubiertos que eran para él, se acerca a la ventana y lo ve, de a intervalos, aparecer bajo los focos de luz de la calle. Se desata el delantal, abre uno de los cajones de la mesada y mete la mano hasta el fondo. Victoria sonríe. De abajo del plástico en el que están guardados los cubiertos, Marta saca su mano gorda cerrada sobre un papel plateado. Lo desenvuelve y aparecen tres cigarrillos. Busca la caja de fósforos y se sienta frente a su cuñada.

–Mañana vamos a ir a la feria, vamos a comprar duraznos y damascos. Es mejor que te quedes un día más.

Ponce busca su mesa con la vista y se acerca a la barra para sacar la caja de madera con el ajedrez. Rubén seca los vasos y atiende un jarro que está en el fuego.

El abogado enciende un cigarrillo mientras mira a la pareja del fondo. Son de afuera, se nota por la ropa. La mujer todavía es joven. Tiene un saco sobre los hombros. Él, de traje y corbata, le habla bajo, casi al oído. Seguramente son amantes, piensa. Busca sortijas en los dedos, pero apenas hay luz. Ella tiene aspecto de estar en falta, nerviosa, algo desarreglada en contraste con él.

Ponce lo imagina lustrando con fuerza los zapatos que brillan bajo la mesa. Rubén mira hacia la izquierda y se cruza con sus ojos. El bigote del abogado se mueve hacia abajo y el hotelero entiende. Mientras prepara dos vasos de whisky, Ponce le mira la espalda, la punta de la camisa que se ha salido del pantalón y cuelga hacia abajo.

El hotelero camina entre las mesas hasta llegar a Ponce. Toma el trapo que tiene apoyado en el antebrazo izquierdo. La mano se mueve rápida, en círculos, limpiando la mesa. El abogado mira las migas, minúsculas cenizas que vuelan al compás del movimiento. Rubén pone un vaso frente a su cliente y otro un poco más allá. Vuelve a la barra y busca, debajo del mostrador, una botella de whisky que tiene dos cruces sobre la etiqueta. Dos cruces idénticas hechas con la punta de un cuchillo. Se acerca a la mesa y la apoya diciendo:

–Su botella, doctor.


(Eugenia Almeida: "El colectivo" 2005)


Un clásico devorando litros....

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