martes, 1 de agosto de 2023

Pontiac Firebird Trans Am (1969)

Aquella mañana, Juan andaba con un saquillo de tela azúl atado á la cintura y sujeta la abertura con la mano izquierda, mientras con la derecha cogía puñados de trigo y cada tres pasos lo lanzaba al aire para dejarlo caer en los surcos del arado. Sus gruesos zapatones agujereaban y arrastraban la tierra, removida cada vez que levantaba sus piés al compás del monótono balanceo que daba á su cuerpo al andar, en tanto que á cada movimiento del brazo dejaba ver. los vivos encarnados de una chaquetilla de uniforme muy usada. Caminaba con aire majestuoso, y detrás de él iba un arado que arrastraban dos caballos castigados por el látigo del mayoral que los guiaba.

El pedazo de tierra, que tendría una media hectárea escasa, era tan poco importante, que el señor Honrdequin, dueño de la Borderie, no había querido mandar á ella la máquina de sembrar que tenía ocupada en otra parte. Juan, que estaba recorriendo aquella tierra de Sud á Norte, tenía delante de sí, y á dos kilómetros de distancia, los edificios de la granja. Cuando llegó al final del surcó que sembraba, levantó los ojos, miró sin ver nada y respiró un momento.

Los edificios eran de paredes bajas, formando en su conjunto una especie de mancha negra perdida en el llano que se extendía hacia Chartrest. Bajo el ancho cielo, obscuro y nublado, propio de fines de octubre, diez leguas de tierra cultivada alternaban con los extensos pedazos de verdura natural, sin que en toda esa extensión se viera ni un cortijo, ni un árbol, ni nada que alterase la monotonía del panorama y aquella sucesión de terrenas qué iban á perderse allá en el horizonte. Sólo por el lado del Oeste se advertía un bosquecilio que formaba otra mancha obscura.
En medio una carretera, la carretera de Chateaudun á Orleans, blanquecina, polvorienta, iba formando una línea recta en una extensión de cuatro leguas, siguiendo la línea geométrica que formaban los patos del telégrafo; y en los bordes del camino, en toda esa extensión, sólo tres ó cuatro molinos de viento se veían, alterando la abrumadora uniformidad del paisaje. Algunos pueblecillos formaban islotes de piedra en aquel mar; un campanario á lo lejos surgía de un pliegue del terreno, sin que pudiera ser vista la iglesia, por las suaves ondulaciones de aquella tierra sembrada.

Pero Juan se volvió y emprendió de nuevo su paseo de Norte á Sur, con el mismo balanceo de cuerpo, con la mano izquierda en la abertura del saquillo de sembrar, y con la derecha sacudiendo el aire, tirando continuamente puñados de simiente. Ahora tenía delante de sí, muy cerca, cortando la llanura como si fuese un foso, el estrecho vallecillo del Aigre, más allá del cual comienza de nuevo la Beauce, inmensa, y que se extiende hasta Orleans. No se adivinaban los prados y la sombra de los árboles más que por una línea de grandes pinos, cuyas copas amarillentas sobresalían por encima del bosquecillo como si fueran la punta de los hierros de una verja que encerrara el bosque.
Del pueblecillo de Rognes, edificado en la falda del monte, sólo se veían algunos tejados alrededor de la iglesia que lanzaba al aire su elevado campanario de pizarras grises, habitado por familias muy antiguas de cuervos. Y por la parte del Este, al otro lado del valle del Loir, donde dos leguas más allá se ocultaba Cloyes, la cabeza del partido, se perfilaban las lejanas casitas de campo del Perche. Encontrábase uno allí en el antiguo Dunois, convertido hoy en el distrito de Chateaudun, entre el Perche y la Beauce, en la falda misma de ésta, y precisamente en el sitio donde el terreno es menos fértil. Cuando Juan estuvo al final del campo donde sembraba, volvió á detenerse, echó una mirada al suelo, y luego al camino de Cloyes, lleno aquella tarde, porque era sábado, de carretas y carros de campesinos que se dirigían al mercado. Luego volvió á emprender su trabajo y su caminata.

Y siempre con el mismo paso y con el mismo gesto iba hacia el Norte, volvía hacia el Sur, envuelto en el polvillo sutil del grano, en tanto que detrás el arado trabajaba incesantemente enterrando las semillas. Grandes lluvias habían retrasado aquel año la siembra de otoño; se había trabajado en la seca basta agosto, y los surcos estaban dispuestos desde hacía ya tiempo, profundos y limpios de terrones y hierbajos, esperando las semillas para hacerlas germinar rápidamente. Por lo mismo, el temor de las heladas que suelen sobrevenir después de esas grandes lluvias, fuera de sazón, hacía que todos los labradores se apresurasen.
El frío había sobrevenido de pronto y por modo inesperado. Por todas partes estaban sembrando; había otro trabajador que sembraba trescientos metros más allá de Juan hacia la izquierda, y otro más lejos, á la derecha, y otros y otros se veían en todas direcciones. Eran pequeñas siluetas negras, simples rasgos cada vez más desvanecidos, que se perdían á lo lejos en una extensión de leguas y leguas. Pero todos tenían el mismo gesto, el mismo ademán, el mismo movimiento de brazos, y en torno de ellos se adivinaba cierto revivir de la naturaleza. La llanura se estremecía hasta en sus más lejanos confines, allá donde ya no se veían los trabajadores que sembraban.

 

(Emilio Zolá: “La Tierra” 1887)

2 comentarios:

  1. Por eso es que a mi nunca me gustó el campo, ni siquiera con las máquinas tecnológicas que hay ahora, cosechadoras robotizadas y trilladoras con aire acondicionado.
    Está bueno el Pontiac. Tras tantos años con la escala 1/43 dedicada en forma casi exclusiva, a los autos europeos, los americanos tienen una marcada ausencia en todas las colecciones.
    Y cuando uno puede llenar el espacio, sobre todo con un muscle como éste, se roba todas las miradas!
    Una belleza el Pontiac!

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    Respuestas
    1. A mí me gusta el campo, pero no puedo negar que soy un bicho de ciudad. Tal vez debería haber vivido en un espeso campo junto a muchos animales y no tendría este vicio de los autitos...

      Pero ahora hay colecciones de americanos más que de europeos:
      Camiones americanos
      Autos Americanos
      Mustang
      Rápido y furioso (Hay modelos americanos)

      Ya llegan "Our beloved American cars"...

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Un clásico devorando litros....

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