martes, 29 de noviembre de 2022

Ferrari 212 Inter (1952)

¿Encontraría a la Maga?
Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.

Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida piel se asomaría a viejos portales en el ghetto del Marais, quizá estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevard de Sébastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba. Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una ventanita Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y los papeles chillones, aun así no nos buscaríamos en nuestras casas. Preferíamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino.
Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo.
Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pintos o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos fríos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir
dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allí lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkyria. Y en el fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu’en hiver, a la ola pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados de Joinville y del parque, abrazados y semejantes a árboles mojados o a actores de cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movía, ninguno de sus resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabó. Oh Maga, y no estábamos contentos.

¿Qué venía yoa hacer al Pont des Arts? Me parece que ese jueves de diciembre tenía pensado cruzar a la orilla derecha y beber vino en el cafecito de la rue des Lombards donde madame Léonie me mira la palma de la mano y me anuncia viajes y sorpresas. Nunca te llevé a que madame Léonie te mirara la palma de la mano, a lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad sobre mí, porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones, y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro. De manera que nunca te llevé a que madame Léonie, Maga; y sé, porque me lo dijiste, que a vos no te gustaba que yo te viese entrar en la pequeña librería de la rue de Verneuil, donde un anciano agobiado hace miles de fichas y sabe todo lo que puede saberse sobre historiografía.  

(Julio Cortázar: “Rayuela” 1963)

8 comentarios:

  1. No lo puedo engañar más. Nunca me banqué a Cortazar, no le tengo paciencia. La historia es linda pero nunca pude pasar de la mitad del libro, o quizás menos.
    Pero en cambio, esa Ferrari me subyuga, me atañe, me obnubila! Los colores, la publicidad de los productos 123. Los cromados sobre el rojo oscuro son maravillosos. Las escobillas perfectas, sin estridencia. Las ruedas están muy bien resueltas y me encanta que pusieran una rueda verdadera para el auxilio y no una representación incolora.
    Seguro que Cortazar no tuvo una así.

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    Respuestas
    1. Gaucho!
      Intente con otro libro. Rayuela no es el único excelente libro de Cortazar. Mantenga la fe. Vale la pena.

      Ferrari, hasta el nombre enamora. Imagine "Zil 212 Inter" o por ejemplo "Bambi 212 Inter".... Ferrari es excelencia en todos sus detalles.

      Definitivamente, una Ferrari nunca andaría por la "La Autopista del Sur"

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    2. Leí bastante más de lo que hubiera leído, pero mi ex era fanática de Cortazar y yo quería sintonizar con ella. Recuerdo a los Cronopios y Famas y algún otro libro de cuentos cortos. Al final no sintonicé, ni con el escritor ni con ella.
      Ferrari nació mito antes de ser reconocida como tal.

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    3. El pasado nos hacen perder la sintonía de todo...
      Menos de Ferrari

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  2. Cortázar, el mejor escritor argentino de la historia.
    Muy lindo el 212.
    Abrazo.

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    Respuestas
    1. Hola Juanh!

      No quiero hacer un ranking de escritores, pero estoy de acuerdo que es uno de los mejores artistas y su trabajo es muy importante en la literatura.
      (Aunque el Gaucho no lo comprenda...)

      La 212 es una linda belleza.

      Saludos!!!!!

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    2. Considero que lo mejor de Cortázar son sus cuentos, no las novelas. Mejor no hagamos un ranking pero, que quede entre nosotros, le cuento que en mi podio Roberto Arlt y Rodolfo Walsh ocupan los demás peldaños.
      Abrazo!

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    3. Por suerte, tenemos muchísimos escritores que nos abren las mentes: Borges, Sábato, Bioy Casares, Puig, Storni, Pizarnik, Hernández....
      Solo nos faltan lectores.

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Un clásico devorando litros....

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